Ángela Merkel | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Septiembre de 2020

Su nombre es sinónimo del buen gobernante. De su niñez traía la soledad amable de los bosques. Su convivencia de 15 años con niños discapacitados, en Templin, le enseñó las dificultades y los cuidados que exige la relación comunitaria. Heredó de su padre, un pastor luterano, la templanza, el orden y la decisión de luchar por sus ideas. De su madre, la docencia, como atributo para respetar los derechos y deberes ciudadanos.

Patricia Salazar Figueroa y Christina Mendoza Weber nos llevan de la mano por los caminos de la vida de la actual canciller de Alemania. Es una biografía que se lee con avidez y que suscita admiración por estas periodistas colombianas singularmente informadas del acontecer político del gran país europeo.

Merkel fue testigo y víctima tranquila del muro que separaría a Berlín en dos ciudades: la de la libertad y la del totalitarismo. Las biógrafas dan cuenta de la “aviesa” conversación entre Walter Ulbricht y Nikita Krushev, el 1º de agosto de1961: “...Camarada quiero tener todo calculado para el cierre de la frontera...”. El ruso responde: “…No explique nada con anterioridad… cuando lo tenga, publique un comunicado diciendo a partir de mañana queda prohibido el paso de fronteras…”. Y así se hizo. El 13 de agosto de 1961 los germano-orientales se enteraron, por hojas volantes, que habían sido encarcelados y que todo intento de fuga sería castigado con la pena capital.

Fue el primero y más doloroso recuerdo político de Ángela Merkel. Poco después, al entrar a la escuela elemental, recibió una advertencia de su madre: “Comportarse mejor que todos los niños”. Su ascenso en la carrera política indica cuanto asumió ese mensaje moral. Lo demostró, cuando en medio de la tormenta por la financiación ilícita de la CDU, la figura de un gigante de la política se tambaleaba. Helmut Kohl, su maestro, había reconocido que recibió donaciones secretas sin revelar nunca a los donantes.

El 22 de diciembre de 1999, Angela Merkel, publicó una carta abierta: “…Este año hemos ganado elecciones regionales, no por Helmut Kohl y tampoco a pesar de Helmut Kohl. Las hemos ganado gracias a nuestra decisiva acción contra la política caótica de Gerhard Schroeder. El Partido tiene que aprender a caminar sin su viejo caballo de batalla -como muchas veces se ha llamado a sí mismo Helmut Kohl-…”    

A los pocos meses se convertiría en la primera mujer Presidenta de la CDU. Sería cuestión de tiempo y sortear más de un obstáculo para ser elegida Canciller de su país en el 2005. Desde entonces, el mundo la conoce por su mano de hierro y la habilidad para dirigir Alemania y a la nave encallada de la Unión Europea.

En el vacío de liderazgo de estos tiempos, sobresale Merkel. Ha resistido la crisis de los refugiados, cuya ola no solo exigía ayuda humanitaria, sino que amenazaba la propia cultura de occidente. El Brexit es otro reto que perdura, sin lograr desviar la consolidación de la integración europea. Una foto, bastante difundida, la retrata de cuerpo entero: Trump sentado y desafiante. Angela Merkel, frente a él, con los brazos abiertos sobre el escritorio. Con la fuerza de su autoridad política y moral, parece decirle: “No te dejaré debilitar la OTAN. Aquí mando yo”. Es que conoce bien lo que son “los intercambios iónicos”, como lo registran con perspicacia las autoras de la biografía: Ángela Merkel, la física del poder. (Intermedio, 2019).