Afganistán y Colombia (I) | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Septiembre de 2021

Parece que no estamos viendo lo que, tarde o temprano, nos está subiendo pierna arriba, con la penetración del fanatismo musulmán en el mundo. La historia nos recuerda que el Wahabismo (corriente político-religioso musulmán, 1703-1792) viene a ser un movimiento puritano y observante, que desea restituir el Islán con toda su pureza primitiva. Este insiste en la concepción monoteísta libre de adherencias, y elimina innovaciones como el culto a los santos y a las cofradías de carácter místico.

Mientras tanto, los hechos evidencian el celo religioso musulmán que se expresa en la acción militar: la mezquita y el campo de batalla eran los lugares donde el Islam se definía a sí mismo. Un profeta del siglo VII, como Mahoma, encontraría muy difícil ejercer un liderato puramente espiritual sobre comunidades tribales sin conseguir un paralelo con poder político. Una religión llamada a ser universal había de ser precursora y luego acompañante eficaz e inseparable de un estado universal.

Un poder político al que la religión justifica y alimenta con ímpetus expansivos necesita una de las violencias o al menos amenazar con ellas. Cuando los seguidores de una religión pueden ser ciertamente violentos, pero no por tener fe, sino a pesar de tenerla. Hay motivos para pensar que la violencia islámica es la necesaria y coherente manifestación de una religión práctica y expedita, que tiende a ser una ideología exclusivista, y que ha pretendido, en sus mejores momentos históricos, el dominio del mundo, a la vez que la aniquilación del adversario cristiano. Mientras que la violencia de los cristianos siempre lleva consigo la marca del pecado, nunca en la historia de cristianismo, nunca ha acudido a una teoría que justifique y la haga instrumento en relación con los que no cree. El cristianismo solo es violento cuando se olvida que Dios es misericordia.

 Los líderes mongoles, convertidos al Islam en el siglo XIII, repetían el mandato dado por su dios para conquistar y regir el mundo. La máxima expresión de esta mentalidad conquistadora en nombre de la religión es el expansionismo otomano, que después de conquistar Constantinopla en 1453, se propone liquidar también lo que fue el Imperio del Occidente Cristiano. Es el mismo espíritu que alentaba la expedición musulmana al corazón de Francia en el siglo VIII, actúa con mas medios y muchos más amenazadores en las incursiones islámicas del siglo XV contra Roma, y del siglo XVII contra los Balcanes y Viena. El único objetivo que realmente interesaba y movía al poder otomano era la victoria definitiva del Islán y la conquista de Roma.

Como olvidar la historia que nos recuerda de la invasión islámica a la península de española que duro siglos. Y para no ir muy lejos, la absurda, inexplicable, criminal, destrucción de las famosas Torres Gemelas de NY, estrellando dos aviones contra estas y el Pentágono de ese país, hace 20 años. Y que tal la sorpresa del Afganistán que, de un día para otro, unos fanáticos religiosos se tomaron ese País pretendiendo impones su versión del Islam, pensando que podían regresar ese país a la era de las cavernas.

Fuente: José Morales, El Valor distinto de las religiones.