La revolución estéril | El Nuevo Siglo
Miércoles, 23 de Septiembre de 2020

Nuevos y viejos factores de patología decadente

* Urge Acuerdo Nacional con vocación de futuro

 

 

Tal vez muy pocos países tengan la triste condición de Colombia de tener guerrillas de 50 y 60 años de existencia. La revolución se supone, de antemano, un fenómeno de aceleración de la historia a partir de alzarse en armas y derribar el orden que se pretende legítimo. En ese sentido, se busca un resultado pronto a fin de poner en marcha las ideas preconcebidas. Lo contrario es un fracaso revolucionario en toda la línea. Y entre más sea el tiempo que transcurre, mayor la evidencia de la esterilidad. Por lo tanto, la revolución debe ser expedita, so pena de convertirse en una exacerbación inútil, en una mera conmoción sin sentido, que es a fin de cuentas lo que han tenido que vivir los colombianos producto de tantos lustros de terror y barbarie.

Pero en el país de los últimos tiempos, inclusive durante hace ya seis décadas, se ha demostrado con creces que no hay terreno fértil para este tipo de experimentos violentos y que ante la noción de la revolución el pueblo prefiere, de lejos, la idea democrática de la evolución política. Es decir, el concepto que proviene del ajuste paulatino de las instituciones y de las políticas públicas a las necesidades populares a través de las reformas y las variantes que permite, primero, el sentido común y, luego, el progreso y la legislación activa. Con ello se busca, en efecto, dar respuestas contemporáneas a los requerimientos sociales y a la solidez económica. En suma, a un país con ánimo futurista. En esa medida, la revolución es regresiva mientras que la evolución es progresiva, como está plenamente demostrado en el caso colombiano.

Precisamente, es la evolución política la que durante la trayectoria antedicha ha permitido pasar a Colombia del Frente Nacional al sistema de gobiernos compartidos y posteriormente, con la expedición de la Constitución de 1991 hasta hoy, a un país moderno con diversas alternativas democráticas sobre el tapete. Lo cual, asimismo, ha servido para dejar aún más en claro el gran fracaso revolucionario a todo lo largo y ancho de la nación colombiana. De este modo, no es comprensible que se siga insistiendo en ese fracaso y todavía menos que los partidarios de la evolución en democracia lo sigan permitiendo y auspiciando. Porque si algo ha impedido, justamente, que el avance económico y social sea de más envergadura en el país es dejar esa luz abierta a los factores desestabilizadores que, en efecto, nunca han sido más que eso y ni siquiera adquirieron, jamás, la categoría revolucionaria que buscaron ostentar, quedándose, como se dijo, en la infamia del secuestro, en la cruzada violenta, en el abuso, la amenaza y la violación, mejor dicho, en el asesinato y la depredación, además como cultura inexplicable.

Nada pues peor que esa concepción vandálica, a todas luces enfermiza, según la cual para poder construir hay que derruirlo todo, aniquilando y desmoralizando al ser humano. Bajo esa premisa, resulta un despropósito que, en medio de la crisis suscitada por el coronavirus, el país tenga que concentrar parte importante de su atención en los desafueros que pululan en el territorio nacional. Pero como esas son las realidades es menester imponerse a las masacres, al asesinato de los líderes comunales, al desamparo estatal en las comarcas y regiones. Y para eso se necesita una gran dosis de histamina, porque aquí se suceden las cosas y, por más graves, pareciera que no ha pasado nada. Pero no es así. El desgaste del Estado es cada día más abrumador y muchas veces por inacción.

Y en medio de todo ello, a más de los agentes desestabilizadores del narcotráfico, que se enseñorean en el país después de suscitarse la espiral de los cultivos ilícitos, están los que todavía dizque se dicen los representantes de la vieja revolución fallida, recompuestos en las nuevas Farc o, mejor dicho, los que reincidieron o se abstuvieron de la desmovilización hace cuatro años y que, ya demostrado que no hay un país en paz, cada día cobran mayor vigor, lo mismo que el Eln. Pero, por descontado, ahí no está la aceleración de la historia. Ya está dicho que esa vía es de lo más esterilizante, incapaz de producir nada bueno en su propia patología decadente.

Ahora lo que toca es buscar el rumbo dentro de la neblina de la pandemia que se vive. Y en esto es fundamental insistir en un Acuerdo Nacional de todos los sectores que verdaderamente crean en la evolución política, después de la regresión a que nos ha sometido el virus, con su grave impacto hacia el futuro. Es ahí, entre todos los colombianos que pretendan llegar a una fórmula asertiva, donde el país podrá recuperar el tiempo perdido y ganarle el combate a los estragos sociales y económicos causados.