Perspectiva. ¡Canta, Bogotá Canta! Diez años formando voces | El Nuevo Siglo
Cortesía secretaría de Educación
Sábado, 24 de Septiembre de 2022
Redacción Cultura

Tatiana Duplat Ayala

En diez años pasan muchas cosas. Diez años alcanzan para que una niña sueñe con ser violinista y reúna la determinación para lograrlo, o para que un joven se vuelva estudiante de ingeniería agrícola e investigue el impacto de la música en la reproducción de las plantas. Una década es suficiente para hacer mejor la vida de miles de personas; esta es una certeza para quienes han participado en ¡Canta, Bogotá Canta!, el programa de coros escolares más grande de Colombia y de América Latina.

En el año 2012, la Secretaría de Educación del Distrito le propuso a María Teresa Guillen Becerra implementar este programa en el sistema público escolar de Bogotá. Se trataba de llevar formación artística de alto nivel a las aulas de los colegios. A estas alturas, la maestra ya había fundado el célebre coro de Bemposta y había creado y dirigido, durante dos décadas, el coro infantil y juvenil de Colombia en el Ministerio de Cultura. Ahora, lo que se proponía la Secretaría era garantizar el derecho a la cultura consagrado en la Constitución; que todos los niños y las niñas accedieran, en igualdad de oportunidades, a formación musical de calidad.

El programa ¡Canta, Bogotá Canta! -así como se lee y como suena, rítmico, con una coma que reafirma una realidad y encerrado en signos de admiración, que es lo que produce a todas luces- nació hace diez años inspirado por el anhelo de la paz que, en ese entonces, se buscaba a tientas. Más allá de la negociación entre la guerrilla y el gobierno, cientos de comunidades y organizaciones se empeñaron en construir paz en la vida cotidiana. Esta, la de la convivencia que se construye día a día, desde abajo y con la diferencia, en la casa, en el barrio, en el colegio; la que enlaza en un mismo tejido a estudiantes, docentes, directivos, familias y comunidades, es la historia que ha protagonizado esta iniciativa.

El programa nació como parte de la estrategia que extendió la jornada escolar para mejorar la calidad de la educación. Se creó como un Centro de Interés al que podía acceder cualquier estudiante sin importar su edad, su género, o su talento; todos eran bienvenidos. Inclusión ha sido la palabra clave en esta historia, de allí proviene el inmenso poder de transformación de esta experiencia. Los colegios que se interesaron empezaron a recibir asesoría para implementar la formación coral en la aulas y para conformar coros.

La primera tarea fue hacer un balance de la situación de la formación musical en los colegios. El panorama no era alentador. La materia había desaparecido del currículo y, aunque aún existían algunos profesores de música, muchos estaban dedicados a otras labores. Era necesario empezar desde el principio, conformar un equipo de tutores que acompañara a los docentes en cada colegio y así empezar a tejer este inmenso entramado de voces que hoy es ¡Canta, Bogotá Canta!

La coherencia ha sido el sello del programa, por eso desde el principio se planteó como un escenario de dignificación de la enseñanza musical. ¡Canta, Bogotá Canta! le ha forjado un lugar a los profesores de música. Cada docente es asesorado por la maestra y por seis tutores especializados en pedagogía musical, técnica vocal, didáctica y dirección coral; además, el equipo cuenta con dos pianistas y una asistente administrativa. El programa también ha hecho alianzas con facultades de artes para que hagan parte de la oferta de formación de la Secretaría. La destinación de salones, la adquisición de instrumentos, equipos y materiales; y la gestión de refrigerios, buses, salas de ensayo y auditorios, también hacen parte del trabajo discreto de este pequeño gran equipo.

En ¡Canta, Bogotá Canta!, los compositores colombianos y los ritmos del país ocupan un lugar privilegiado. Más de la mitad del repertorio ha sido compuesto por encargo a la justa medida de la intención pedagógica. Los compositores trabajan de la mano con la maestra para que cada obra responda a las necesidades particulares de los estudiantes. En estas canciones suena Colombia, su gente, su diversidad, sus alegrías, sus tristezas y el anhelo de un país en paz. A través del repertorio, cada estudiante se reconoce como parte de un territorio rico en términos culturales y ambientales y, a la vez, vulnerable frente a la violencia, la inequidad y la crisis climática. También se abordan obras magistrales del repertorio universal que revelan lo más humano de esta humanidad, más allá de la nacionalidad, la lengua, la etnia, la cultura, el género, la religión y la condición social. Así, entre lo más local y lo más global, los coristas se saben parte de algo más grande que ellos mismos.

Todo aquí tiene que ver con el poder movilizador de la voz. Cantar es decir, incidir, manifestar, plantear, enunciar y transmitir. Cantar es interpelar al mundo; implica siempre una travesía al interior de uno mismo, explorarse hasta encontrar la propia voz. Es liberador. La voz es la huella digital del alma, dice María Teresa Guillén y uno entiende la profundidad de su labor. Cantar con otros, a varias voces, es tener la disposición de escuchar y de apreciar la diferencia, de concertar y de construir con los demás. En tanto sistema de coros polifónicos, ¡Canta, Bogotá Canta! es una poderosa metáfora de la democracia y de la convivencia.



El programa ha hecho de la formación coral un pretexto para construir ciudadanía. A lo largo de esta década se cuentan en más de 14 mil los niños, niñas y jóvenes que han aprendido el valor de alzar la voz en público -en lo público- para reivindicar la vida y para rechazar todo aquello que atente contra ella. Para la guerra nada, han clamado en los momentos más difíciles. Cantar, para ellos, se ha convertido en una experiencia vital, una manera de estar en el mundo; más que cantantes, son cantores y cantoras.

Verlos en escena es estremecedor. Su canto fluye potente y como el agua, fuente sagrada de la vida en todas sus manifestaciones, riega los rincones más profundos de la esperanza. Son cientos de niños, niñas y jóvenes vinculados por el sublime propósito de emocionar a los demás. Para lograrlo han tenido que aprender el lenguaje musical y sus posibilidades expresivas, han pasado jornadas extenuantes de ensayo, han repetido hasta el cansancio cada frase, han superado la frustración de no afinar y, sobre todo, han aprendido a escuchar para fundirse armónicamente con los otros. En el trayecto, cada quien se ha transformado en una mejor versión de sí mismo; de eso, y solo de eso, se trata la educación.

En una década pasan muchas cosas. En diez años este país fue capaz de silenciar los fusiles de la guerrilla más antigua del continente y persistir en su empeño por la paz. En los mismos diez años, la Secretaría de Educación de Bogotá hizo posible el acceso universal a la cultura y un puñado de maestras y maestros de música transformaron para siempre las vidas de miles de personas.

Más de 14 mil niños y más de 100 coros, 61 maestros, 51 colegios, 10 conciertos de gran formato y más de 150 presentaciones en escenarios representativos de la ciudad y del país, dan cuenta de ello. No ha sido fácil. Para lograrlo han superado escollos administrativos, han persistido y han resistido. Por momentos el programa parece tambalear por falta de recursos económicos y es cuando el equipo tiene que agarrarse con más fuerza de su férrea convicción. Muchos de los que participaron desde el principio, hoy universitarios o jóvenes profesionales, siguen vinculados como egresados. Ellos resumen esta historia, escucharlos es constatar que vale la pena trabajar para volver los sueños realidad. Hoy las voces de todos ellos, estudiantes y exalumnos, resuenan hasta el último rincón de esta ciudad. Es tiempo de celebrar, Bogotá está de fiesta.