Democracia | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Septiembre de 2020

A propósito de la conmemoración de la Democracia, vale recordar que su origen data del Siglo V A.C., cuando los griegos esbozaron la idea de que las sociedades son funcionales si se materializan consensos fundamentales.  En esta perspectiva, la causa del ejercicio del poder y del gobierno en general estaría en las deliberaciones surtidas en el Ágora.

Más tarde, en el siglo XVII, durante la Ilustración, se sostiene que para lograr equilibrio en la relación gobernantes y gobernados, es deseable que el poder no esté concentrado.  Es lo que sostuvo Charles Louis de Secondant, barón de Montesquieu, con su teoría de la separación de los poderes presentada en El Espíritu de las Leyes, indicando que con ello se defendía la libertad.  En sus palabras, “no hay libertad si la potestad de juzgar no está separada de la potestad legislativa y de la ejecutiva. Si estuviese unido a la potestad legislativa, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario; debido a que el juez sería el legislador. Si se uniera a la potestad ejecutiva, el juez podría tener la fuerza del opresor”.

Así, el establecimiento de instituciones como garantes de la separación del poder se relaciona con la vieja idea de los gobiernos provenientes de la voluntad mayoritaria, y no de un mandato de Dios o de la sangre que corría por la venas de los elegidos.

De esta manera, la propuesta del establecimiento de un orden para la defensa de las libertades se completa con otros postulados también de la Ilustración, esta vez representada por Diderot para quien, sin afirmarlo expresamente, el conocimiento debe ser, integral en cuanto confluyan las distintas ciencias, y universal.  No en vano escribió La Enciclopedia, obra que, pretendiendo ser asequible para todos, recoge sistemáticamente el saber general del Siglo XVIII.

Con estas pinceladas en torno al concepto de democracia se avanza en el entendimiento y práctica de ese sistema en el que el poder proviene del pueblo soberano para cuya efectividad se concretan los derechos políticos que primigeniamente se limitan a pocos sujetos de ciertas condiciones de género y materiales.

Algunos movimientos sociales, para ampliar las democracias, emprenden enconadas y a veces violentas luchas.  Así, por ejemplo, mujeres, poblaciones afro, indígenas, entre otros, van ganando los espacios necesarios para ser, no sólo destinatarios sino protagonistas activos de las decisiones que conciernen a las sociedades a las que pertenecen.

De esta forma, a sabiendas de que la democracia es una construcción colectiva, es claro que en el Siglo XXI, aunque -citando a Churchill- “la democracia es la peor forma de gobernar excepto todas las demás formas”, su extensión no puede darse a través de acciones terroristas y violentas, sino del diálogo y el consenso ciudadano propuesto por los griegos.  

Ahora bien, esa ciudadanía, condición fundamental para la consolidación y perfeccionamiento de las democracias, sólo puede ser ejercida cabalmente si se tiene la capacidad para decidir autónomamente y por tanto para no ser objeto en cambio de sujeto activo, como ha sucedido en los regímenes fascistas, en el nazismo y en las “democracias populares” de los sistemas comunistas. No puede olvidarse que fines y medios son inseparables y que ruines métodos no son justificables al amparo de grandes ideales, como lo enseñó Marthin Luther King.

@cdangond