Una oración por la paz | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Septiembre de 2019

“Danos Señor la fortaleza para no perder la fe”

¡De nuevo, Señor, se escuchan los tambores de la guerra!

¡De nuevo, las armas ocupan el lugar que le pertenece a la inteligencia y al corazón!

¡De nuevo, Señor, el odio quiere ser amo de cielo y tierra!

¡Una vez más, Señor, los pobres y los débiles serán arrasados por las huestes de los cobardes que confían solo en sus armas!

¡Otra vez, Señor y Dios nuestro, tus leyes son olvidadas y el ser humano, cumbre de tu creación, quedará expuesto a la pisada sin misericordia de los violentos!

¡También la naturaleza, obra de tus manos, Señor del universo, sentirá el duro golpe de la guerra!

¿Hasta cuándo, Señor, tendremos los colombianos que soportar todo esto?

¿Dónde está, Príncipe de la Paz, la luz que no ha penetrado las almas ciegas de rencores y venganzas?

¿Quién, Señor, ha sembrado en los corazones de piedra el deseo de la sangre ajena, la destrucción de la inocencia de los niños, la vejación de la pureza de las doncellas, el robo de los frutos del labriego y el ahogo de la libertad de todo un pueblo?

¿Qué mueve, Señor, al violento para que no vea las lágrimas que provoca, el dolor que siembra, la muerte que instaura, la amargura con que todo lo sazona?

Dios de toda paz y misericordia:

¡No abandones la obra de tus manos!

¡No dejes de enviar, potente, tu Espíritu, sobre quienes obran sin compasión, enceguecidos por el odio, deseosos de riquezas fabulosas, delirantes de grandeza, para que sean finalmente iluminados y transformados!

¡No dejes, Señor, que tu pueblo, caiga en las redes del enemigo que lo quiere convertir en adversario para que deambule por los campos de lo inhumano y cruel: conserva en tus hijos, Padre amado, el don de la sabiduría, la templanza en sus corazones, la firmeza en sus convicciones!

¡Danos, Señor, a todos los que te amamos y adoramos, la luz del camino que conduce a ese lugar donde la justicia y la paz se besan, donde la misericordia triunfa sobre el juicio, donde la tierra mana leche y miel!

¡No nos lleves de nuevo, Señor, al desierto, a ese lugar inhóspito donde quedaron tendidos los cuerpos de nuestros padres, donde los pobres desfallecieron, donde la sed torturó a familias enteras, donde el miedo reinaba día y noche!

¡Danos, Señor, tu paz, la única que es duradera y recibe nuestros corazones deseosos de transformación! Pero si es Tu voluntad que entremos de nuevo en la prueba, danos también, Dios y Padre nuestro, la fortaleza necesaria para no perder la fe, para no extraviar la esperanza y, sobre todo, para no dejar nunca de lado la caridad: es la última huella que queda en este mundo de tu existencia. Amén.