La pelotera | El Nuevo Siglo
Lunes, 23 de Septiembre de 2019

“En esta Bogotá se sobrevive más que vivir”


En la estación de Transmilenio, Universidades, vi como un día, una pareja se colaba al sistema. Saltaron, se jalaron y entraron. Sin embargo, dejaron atrás, sobre la carrera tercera a un miembro de su manada, un perrito que les ladraba sin parar. Los que estábamos ahí quedamos estupefactos hasta que un personaje empezó a gritarles “¡uy, pero se dan gaaarra!, ¿Cómo dejan al animalito?”. El coro que siguió en defensa del perrito no sirvió de nada, ellos se fueron y el animalito resignado dio medio vuelta y se marchó antes de quedar espichado bajo las llantas de un bus. Fíjense, no fue un reclamo por colarse, sino por ser desleales. 

En esta Bogotá se sobrevive más que vivir. Peleamos, nos mentamos la madre, el tráfico es infernal, nadie sabe manejar, nadie respeta la más mínima norma de convivencia o de solidaridad, a menos de que se le convoque. Y eso.

La semana pasada en la estación de Transmilenio de la Boyacá con Suba, en plena hora pico de la mañana, había una mamá con su bebé en brazos. Los buses pasan repletos y la única opción a esa hora es la de viajar como sardina. Al ver esto entré en terror. Por fortuna en la estación había un agente de la policía. Me le acerqué y le dije “agente usted que tiene autoridad, ¿podría ayudar a esa mamá a que se suba en el bus?”. Me miró con pausado silencio arqueó las cejas y me contestó, “¿yo?”.

La cara era de pánico, le estaban pidiendo que le abriera paso a una mujer con un bebé entre una multitud de gente en la estación y en el bus que llegara.

Le anunciamos entre los dos a todas las personas que necesitábamos ayudar. Pasó el primer bus. No la subimos. En el segundo la algarabía fue mayor. 

“Hay un bebé córranseeeee”, gritaban unos, “colabore hermano muévaseeeee”, alegaban otros, un grupo fue hasta la cabecera y convencieron al chofer de esperar. La mujer se abría paso, entre vecinos que cuando trabajan sincronizados y medio a las patadas, logran un objetivo. 

La subimos. Y nos quedamos cerca de cien personas, más el agente de policía, mirándonos con felicidad. Ahora faltábamos nosotros por conseguir un bus. Pasaron dos más repletos. Y de repente, el milagro. Llegó uno desocupado. “Vámonos” gritó un señor que se tomó la vocería y se paró entre las puertas del bus a decirnos, “¡fuímonos!” con gran felicidad. 

En la pelotera diaria, los madrazos, las injusticias y ahora el invierno, hay anhelo por vivir bien. Hay gente que odia la cuidad. La crítica y desprecia. Yo gracias a Dios nunca he sufrido de eso. Como muchos amo los cerros que la enmarcan, me muero de la risa con las ocurrencias de la gente, le digo “veci”, “vecino” o “profe” al que le pido un favor y todos los días que la observo, en lugar de aborrecerla, pienso qué puedo aportar de mí, para que a Bogotá le vaya mejor. Yo hago parte de esta pelotera que se llama Bogotá, la vivo y sobrevivo a diario y sé que es un lugar lleno de oportunidades que si nos coordinamos, la podemos sacar adelante.