¿Solución militar para Venezuela? | El Nuevo Siglo
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Sábado, 22 de Septiembre de 2018
Unidad de análisis
Nadie se imagina tiros abiertos en la frontera, ni mucho menos combates aéreos de grandes dimensiones, ni tampoco un teatro de operaciones generalizado, pero esta semana se puso el tema sobre el tapete, sin querer queriendo. Y esa es ya una alerta temprana

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La tensión entre Colombia y Venezuela tiene sus altas y bajas. Así ocurre desde hace tiempo cuando el régimen chavista capturó el poder y tomó al país como flanco para distraer incautos.

En alguna época, cuando las relaciones se tensionaron de manera abrumadora a raíz de la destitución que el entonces presidente Álvaro Uribe hizo del primer mandatario venezolano, Hugo Chávez, de la mediación por el llamado acuerdo humanitario entre el gobierno y las Farc, el mismo Jefe de Estado del vecino país alcanzó a decir que no tendría problema en prender los aviones de guerra venezolanos para llegar en siete minutos a Barrancabermeja, diez minutos a Cartagena y quince minutos a Bogotá. Una y otra vez se cerraron las fronteras. Y de entonces a hoy el tema no ha hecho más que escalar hasta el punto de que Colombia no tiene embajador en Caracas.

En julio pasado, el constituyente de Venezuela Pedro Carreño, anunció que el chavismo tenía un plan para “derribar los siete puentes del río Magdalena que atraviesan de norte a sur a Colombia para dividirla en dos”. “Le decimos al pueblo colombiano, que ese país será el centro de la guerra”, dijo el dirigente político, quien sin embargo aclaró que “no es que estoy amenazando, no dije que vamos a invadir Colombia, no”.

Más allá de esto último, lo cierto es que todavía se recuerda, ciertamente, la movida audaz del presidente Uribe cuando capturó en Venezuela al entonces “canciller” de las Farc, alias ‘Rodrigo Granda’, en una acción intrépida que luego le sirvió para ofrecerle al presidente francés, Nicolas Sarkozy, para que intensificara la mediación de su país,  la liberación del subversivo a cambio de quienes estaban en prolongado cautiverio como Ingrid Betancourt, ciudadana colombo-francesa.

De eso hace más de una década, cuando las Farc eran todavía un grupo terrorista poderoso. De entonces a hoy ha corrido mucha agua bajo el puente. Hugo Chávez se convirtió en el “mejor amigo” del presidente Juan Manuel Santos y se dedicó a hacer de puente para que las Farc ingresaran al proceso de paz. Muerto Chávez, el gobierno de Santos mantuvo la misma política con Nicolás Maduro, pero ello desde luego se volvió insostenible al final del doble mandato santista, cuando el presidente venezolano  tomó la ruta abierta de la dictadura y la sustitución de los elementos constitucionales.

En esa dirección, Maduro se fue quedando solo y naturalmente Venezuela se convirtió, a raíz del régimen que allí pervive, en el peor problema del continente.  El gobierno chavista puso entonces a padecer de hambre al pueblo y en la actualidad el drama humanitario de la inmigración venezolana hacia Colombia y otros países de la región resulta una mácula insubsanable en todas partes del orbe.

 

Inmigración

Hace un tiempo se pensó, cuando en la Asamblea Nacional la oposición obtuvo mayorías, que Maduro saldría del poder. Pero lamentablemente hacia las elecciones regionales, la oposición que en principio se había decantado por la abstención, se dividió y permitió la posesión de algunos alcaldes antimaduristas, dándole así cierta legitimidad a la dictadura en curso. Fue un error de marca mayor, cuando indudablemente se perdió una oportunidad, luego de las gigantescas marchas populares contra el régimen, eventos durante los cuales se alcanzó a disparar contra el pueblo. De hecho, hoy Amnistía Internacional sostiene que en ese país ya van 8 mil ejecuciones extrajudiciales.

En ese contexto dramático, donde 30 mil venezolanos cruzan a diario la frontera colombiana en busca de alguna alternativa para sobrevivir, el asunto ha pasado de castaño a oscuro.

Colombia, ciertamente, ha actuado diligentemente con los venezolanos prácticamente expatriados por la hambruna y la desidia, y en esta semana logró que las Naciones Unidas nombraran un comisionado especial para la inmigración venezolana.

No en vano se calcula que alrededor de un millón de venezolanos han entrado últimamente a nuestro país, todos con ingentes necesidades alimentarias, de salud y de empleo. La situación que se vive en Cúcuta es verdaderamente agobiante, mientras que en Bogotá se observan venezolanos en muchas esquinas, pidiendo alguna ayuda. De suyo, la moneda que traen no sirve para nada, ni tiene valor de intercambio, aunque algunos la utilizan para identificarse como inmigrantes. Las caminatas de venezolanos por todo el país, sin un norte definido, son de antemano uno de los hechos noticiosos del año. El drama humanitario llega a los niveles de lo que está ocurriendo en Siria, en medio del fuego cruzado de las diferentes fuerzas que allí se enfrentan.

Esta semana, pues, el canciller colombiano Carlos Holmes Trujillo, hizo una gira relámpago por Europa denunciando el tema y logrando foco internacional sobre el asunto. Colombia requiere de financiación externa para dar solución al fenómeno y hasta ahora solo Estados Unidos se han mostrado dispuesto con US$60 millones iniciales.

 

 

Vecindad

Los vínculos entre Colombia y Venezuela datan de la época del virreinato granadino. Tiempo después se creó la capitanía venezolana, a fin de proteger el flanco oriental del virreinato y así mismo, en el sur, se estableció la Presidencia de Quito.

Después de ires y venires, y grandes escaramuzas, Simón Bolívar, con Francisco de Paula Santander de Jefe de Estado Mayor, dieron el salto de Angostura a la Sabana de Bogotá, por el páramo de Pisba, para liberar a la capital del Virreinato y producir las batallas del Pantano de Vargas y de Boyacá. Derrotados aquí los ejércitos españoles, se produjo el armisticio y la regularización de la guerra, con base en derecho de gentes, a la salida de Pablo Morillo. Luego vinieron las grandes gestas de Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho, en una combinación, desde la batalla matriz de Boyacá, que produjo la liberación de Caracas, Quito, Lima y La Paz, y la adhesión de Panamá, bajo la égida adicional de Antonio José de Sucre y José María Córdoba.

Paulatinamente cada país, como Colombia y Venezuela, tomó su propia ruta, pero siempre ha quedado en el aire la mácula nostálgica de no haberse podido cumplir el sueño del Libertador.

Hoy Venezuela, por desgracia tiene cierta similitud a lo que vivió hace 200 años con la satrapía de Boves, por lo menos en cuanto a la hambruna y la depredación extendida. En medio de una fachada democrática que no hace más que evidenciar la tesis del Sultán, de Giovanni Sartori. Es decir, la tiranía disfrazada de episodios electorales.

AFP

Actualidad

Visto lo anterior se entiende que la hermandad con Venezuela no sea apenas una consigna de gacetilla. Los vínculos entre ambos territorios, ambas razas y ambas culturas son a todas luces evidentes y las nacionalidades no son expresión nítida de elementos muy diferentes, cuando de los dos pueblos se trata.

En esa dirección, nada delo que ocurre en Venezuela es ajeno a Colombia, mucho menos cuando parte importante de su población tiene de horizonte la esperanza al territorio colombiano.

Ya hace unos diez años, o algo más, quienes tuvieron la posibilidad de emigrar, por decirlo así, cómodamente, y pese a las decisiones familiares, llegaron a Colombia y se establecieron debidamente. Ahora, viene la inmigración del grueso de la población, y una parte de ella son colombianos que habían ido hace décadas a Venezuela y han regresado al país. En todo caso, no solo Colombia sino toda América Latina tienen un problema agudo con lo que sucede en Venezuela.

Frente a ello se han intentado muchas opciones. Una de ellas insistir en el diálogo interno para resolver los problemas, incluso con mediaciones internacionales o la intervención del papa Francisco, pero nunca se ha llegado a buen puerto. La consolidación del régimen de Maduro, después de la división de la oposición, se ha vuelto un problema latinoamericano que, sin embargo, tiene diferentes visiones.

Desde hace un tiempo, inclusive desde la administración Obama, los Estados Unidos han señalado que el problema venezolano atenta contra su seguridad. Esa misma ruta ha mantenido el gobierno de Donald Trump, sugiriendo en cierta medida que podría llegarse, como última ratio, a una solución por la vía militar.

Esta semana, precisamente, en la presentación de credenciales  del embajador colombiano ante los Estados Unidos, Francisco Santos Calderón, él mismo alcanzó a sugerir que “todas las opciones deberían ser consideradas frente al tema”. Anticipadamente, Colombia  había guardado silencio frente a la postura inicial del secretario general de la OEA, Luis Almagro, en el mismo sentido.  Posteriormente el Grupo de Lima, creado desde esa organización para intentar salidas al tema venezolano, emitió una declaración de 14 votos, 11 de ellos contra cualquier salida militar. En esa vía, Colombia fue uno de los países que se abstuvo de rechazar la posibilidad enunciada por Almagro. Frente a las dos circunstancias, el presidente Iván Duque sostuvo que el país no es “belicista”, pero en el ambiente quedó flotando esa posibilidad.

De suyo, el embajador de Estados Unidos en Colombia, Kevin Whitaker, dejó en estos días sobre el tapete que esa eventualidad no era descartable, a rajatabla. Así mismo, dejó claro que en caso de una arremetida bélica de Venezuela contra Colombia o mediante el uso de su arsenal aéreo, la alianza entre Washington y Bogotá se haría de inmediato efectiva, dejando entrever que ya habría protocolos en la materia en el Comando Sur, establecido en Panamá, donde fácilmente pueden situarse los aviones F-16 para enfrentar a los Sukhois venezolanos, de igual capacidad.

En general, nadie ha puesto atención efectiva a este tipo de posibilidades, puesto que una contienda bélica entre Colombia y Venezuela sería impensable. Nadie tomó a mayores el dicho de prender los Sukhois, cuando Chávez lo dijo frente a la destitución que le hizo Uribe de la esporádica mediación en el entonces llamado acuerdo humanitario, cuando este mandatario comenzó a llamar directamente a los generales colombianos.

En esta ocasión las cosas, no obstante, parecen ser a otro precio, por varias razones. Una porque Estados Unidos, al más alto nivel posible, ha sugerido que todas las opciones frente a Venezuela están abiertas. Otra, porque el drama venezolano ha llegado a una situación insostenible. En tercer lugar porque ciertos elementos del ejército venezolano, sostenedores del régimen de Maduro, están denunciados por compromisos con el narcotráfico. En un cuarto nivel porque efectivamente todo amago de democracia se ha perdido en ese país, lo cual pone en entredicho la Carta Democrática de la OEA.

 

Geopolítica

No obstante, las cosas en Venezuela no son tan fáciles. Ese país es el que tiene las mayores reservas petroleras del mundo y, por tanto, posee una riqueza sin par en el orbe.

De allí, precisamente, que exista un interés inusitado de China y Rusia, países con los que mantiene las mejores relaciones. Venezuela, de alguna manera, está prácticamente hipotecada a ellos. Y si bien ha reducido su caudal petrolero a 2.400.000 barriles diarios, no es mucha la reducción frente a tiempos anteriores  y en todo caso es una producción gigantesca.

Así las cosas, no es extraño que, cada vez que pide ayuda el régimen de Maduro se ve fortalecido con cómodas financiaciones y capital fresco por parte tanto de los rusos como de los chinos, ampliamente activos en el país.

De modo que en la América meridional, entre Colombia y Venezuela, existe un entramado geopolítico de amplio espectro, con las tres grandes potencias involucradas en el tema. Es clara, desde luego, la alianza de Estados Unidos con Colombia, reputada como una de las más firmes del globo. Lo mismo ocurre con Venezuela, de parte de Rusia y China.

De hecho ninguno de estos países frente a Venezuela habla del corto plazo, sino que hay intereses de largo plazo de por medio. No parecería, en tal sentido, interesarle a chinos y rusos el drama por el que pasa el pueblo venezolano, poco dados ellos al espíritu democrático connatural al sentimiento occidental. El autoritarismo no está mal visto, en aquellos países.

De otra parte, Estados Unidos tiene descertificada a Venezuela en su lucha contra las drogas. Pero ello no ha sido óbice para que el régimen se siga consolidando, sin salidas a la vista.

Sin embargo, resulta a ojos vista que la situación es cada día más insostenible. Tampoco es claro, no obstante, que propuestas como la del gobierno colombiano de liderar una demanda contra Maduro ante la Corte Penal Internacional, en compañía de otros países socios, tenga resultados prontos y efectivos. En esa dirección, el embajador Santos también ha sostenido que hay que templar el “cerco político”.

Hasta el momento, sin embargo, ninguno de los argumentos diplomáticos ha servido para mover un ápice a Maduro. De suyo, la actitud del gobierno Trump de haberle quitado la visa y haber planteado demandas directas contra algunos funcionarios de alto nivel del régimen venezolano no han tenido el efecto esperado.

Hace unas semanas, uno de los parlamentarios más afectos al régimen madurista informó que el gobierno venezolano ya tenía listo un “libro blanco” en caso de ataque a Colombia y mostró como sería ese escenario. A su vez, hace un par de años el gobierno de Maduro publicó unas cartillas pedagógicas, cambiando todos los límites con Colombia, viejo pleito entre ambos países. El asunto se zanjó, diciendo por parte de los venezolanos, que ello no tendría incidencias a nivel diplomático ni del derecho internacional, pero en todo caso mantuvieron las cartillas que son las que se enseñan en colegios, universidades y se mantienen en las academias.

Como se dijo anteriormente, la más mínima posibilidad militar entre ambas naciones pone los nervios de punta. Un editorial del diario La Opinión, de Cúcuta, de esta semana aseguró que cualquier opción diferente al diálogo y la salida dentro de los cánones diplomáticos sería una hecatombe para la ciudad fronteriza, ya abrumada por la inmigración venezolana.

Nadie se imagina tiros abiertos en la frontera, ni mucho menos combates aéreos de grandes dimensiones, ni tampoco un teatro de operaciones generalizado, pero esta semana se puso el tema sobre el tapete, sin querer queriendo. Y esa es ya una alerta temprana.