Sacerdotes | El Nuevo Siglo
Jueves, 13 de Septiembre de 2018

Los católicos tendemos a deidificar o a condenar a los sacerdotes con mucha ligereza, pero lo cierto es que no los conocemos. Los desaparecemos detrás de generalizaciones o caricaturas, sin acercamos a su naturaleza humana, a sus debilidades y sufrimientos. Los buscamos como salvadores cuando nos sentimos agobiados y los volvemos depositarios de nuestras cargas, dolores, cansancios, pecados y hasta los ponemos a lidiar con infinidad de trastornos sicológicos convertidos en culpas. Como bien definía uno de ellos "somos como canecas de la basura, donde la gente echa sus desperdicios".

Se nos ha olvidado que son frágiles, vulnerables y, en ocasiones, tan pecadores e indignos como cualquiera. Les atribuimos a algunos de ellos poderes milagrosos, casi mágicos, y muy pocas necesidades. En las crisis, les enrostramos a todos los pecados de quiénes han manchado sus sotanas y avergonzado a la iglesia.  

Ni ángeles, ni demonios. Son hombres que optaron por servir a Jesús. Y entre ellos también hay justos y pecadores.

En momentos en que la Iglesia católica universal se estremece y avergüenza con el sano y purificador destape de los casos de pederastia cometidos por algunos sacerdotes y jerarcas, en Colombia confluyeron tres noticias sobre sacerdotes, que nos pusieron a reflexionar:

En la misma semana el padre Alberto Linero renunció al sacerdocio, agobiado por el peso de la soledad, para dolor de sus seguidores y aplausos mediáticos. 

Dos sacerdotes colombianos fueron detenidos después de ser sorprendidos en un bochornoso e indigno espectáculo, al interior de un carro en Miami.

Y el padre Alfonso Llano elevó una súplica a Dios, desde su columna en El Tiempo. ¿Qué tienen en común estos tres episodios?  Son las historias de hombres consagrados a Dios, que se diferencian en la manera como cada uno manejó sus dudas, soledades, miedos, pecados y libertades. Se diferenciaron en la fidelidad.

Me detendré sólo en el Padre Llano. Su última columna de opinión fue estremecedora. En ella se reflejó la desnudez de su alma. La crudeza de su fe, anclada en la perseverancia en su fiat. Fe alimentada de cruz, cincelada en la obediencia a "la censura" que él tanto resiente. Arriba al final de su vida, siendo orgullosamente Sacerdote y queriendo morir en la Compañía de Jesús y en la Iglesia.

No ha llegado aún a la meta. Sabe que a sus 93 años la muerte está cerca, pero reconoce que su lucha se prolonga hasta el último segundo. Las contrariedades que le causaron sus excesivas libertades teológicas no lo hicieron desistir del sacerdocio. "Me acerco con temor y temblor a mi final. Un mal paso en este trance sería fatal."

Por eso suplica a Dios "que acabe bien" Cuida con celo la llegada.

"Ya diviso tierra firme (cielo). Falta el último trayecto. El más delicado, sin duda alguna, el más difícil y el más expuesto a tentaciones de toda clase. Quiero llegar a la meta. Por eso le pido diariamente al Señor que me dé la gracia de arribar a buen puerto. Un naufragio aquí sería fatal."

 

¿Qué hace diferente a este sacerdote? Que no se rindió. Su conciencia de que sólo el amor de Dios, puede llenar su necesidad de estima. Su experiencia de Fe. “Nada ha sucedido sin la intervención de Dios. Siempre he dicho, lleno de fe: ‘¡Que se cumpla en mí su voluntad!’.