La población amenazada | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Septiembre de 2018

Las pandillas juveniles constituyen un nuevo cáncer de la sociedad, que asume los caracteres de un tipo morboso de delincuencia, y que reviste gravedad porque representa el presagio de cómo podrían actuar mañana quienes así proceden en la adolescencia.

Grupos de mozalbetes se reúnen en sitios determinados, o en pandillas ambulantes, pero, generalmente, en sectores escogidos por ellos al efecto, para cometer toda clase de tropelías, desde el atraco a establecimientos y transeúntes, irrespetos a las damas, desórdenes, ofensas procaces, y cuanto les viene en gana. Y aunque, entre nosotros, no ha adquirido la virulencia de otros países, es lo cierto que no tardarán en imitarlos, si el mal no se corrige oportunamente.

Al fenómeno le han dado explicaciones diversas, tales como ser producto de la rebeldía de las nuevas generaciones contra el actual sistema de vida; de amargura, por “la frustración” de sus aspiraciones, que toman como fracasos; la perspectiva de una vida sin horizontes para sus inquietudes; el rechazo a la organización familiar, que encuentran anacrónica, sujeta al régimen tradicional de obediencia y respeto a sus mayores; la influencia del cine, la televisión, la radio, las revistas, la prensa amarilla, que explotan el sensacionalismo en forma escandalosa, sin medir las funestas repercusiones que ello produce en la niñez y en la juventud, por lo mismo que se trata de arcilla blanda tan maleable a cualquier influencia, desatando los bajos instintos de la bestia humana que todos llevamos en nosotros. En fin, cada quien tiene una teoría para explicar estas pústulas morales de la sociedad actual.

Otra causa, que conduce a la formación de las pandillas juveniles, la constituye el descuido del hogar, que se traduce en la irresponsabilidad de los padres, por falta de vigilancia y control sobre la conducta de sus hijos.

Porque es un hecho innegable que muchos padres se desentienden por completo del comportamiento de sus hijos en el hogar y en la escuela, y en general, en sus actividades cotidianas, con el pretexto de que sus ocupaciones, compromisos sociales, etc., no se lo permiten. Pero, lo cierto es que esos muchachos crecen sin sujeción a autoridad paterna, ni a sus superiores, dueños y señores de sus actos, ajenos a toda obediencia y disciplina o cumplimiento de sus deberes, entregados libremente a sus instintos, viciosos, indisciplinados, rebeldes, no pocas veces con aberraciones, pervertidos moralmente, aptos para integrar las pandillas juveniles.

Resulta entonces lógico que faltándoles los soportes que forman la personalidad, como son el hogar y la educación, esos jóvenes se desvían por la senda de la delincuencia, que para ellos tiene el incentivo de lo prohibido, del peligro con sabor a aventura, libres como se encuentran de los frenos morales que no supieron o no quisieron inculcarles ni sus padres, ni sus maestros.

De no detener a tiempo este foco de corrupción, que son las pandillas juveniles con el pretexto de la juventud de los protagonistas y de su irresponsabilidad de adolescentes, estamos contribuyendo sin quererlo, a la proliferación del delito.