Ética y origen | El Nuevo Siglo
Lunes, 3 de Septiembre de 2018


Hay una gran posibilidad de que la psicopatías que sufren los corruptos se originen en las crianzas negativas que recibieron en sus familias. Dicho de otra manera, es en la educación que brindan los padres, donde puede yacer la genealogía, es decir el origen del comportamiento inadecuado de los corruptos. Por eso, una herramienta para combatir la corrupción es que nos pongamos de acuerdo en unos valores y principios morales que nos permitan criar mejor a nuestros niños.

En la conferencia Construyendo Liderazgos: niños sanos, adultos felices, que he venido dictando, comparto algunas ideas de lo que podrían ser unos valores en la crianza y educación de los niños que sirvan como reflexión a través del contraste o acierto de lo que como adultos cada quien realiza en su familia. Para empezar le pido a la audiencia recordar sus propias infancias mediante un ejercicio de mirarse en un espejo e identificar esos aspectos que hoy desde su adultez hubieran querido cambiar. El común denominador son los golpes, las humillaciones, los malos tratos y las violencias sexuales. Les explico que eso que hicieron sus padres no estuvo bien porque los niños son la semilla humana con un potencial inmenso y cuyo detonante de crecimiento es el amor y el buen trato. Tenemos como sociedad que ponernos de acuerdo en que los golpes (por pocos que sean) no son efectivos y sí son un acto violento. Someter a humillaciones emocionales, decir “eres inútil”, “no sirves para nada”, “a qué hora te vine a tener”, “qué desgracia eres” y etc, son formas graves de agresión. Tocar el cuerpo de un niño con una connotación o deseo sexual es de además de un delito, un acto gravísimo que atenta contra el futuro emocional del niño.

Yo creo (y no lo he podido verificar) que en la creencia colectiva heredada de la ignorancia del pasado histórico se creyó (y se cree) que los niños no se acuerdan de las experiencias vividas por una supuesta falta de uso de razón, expresiones como “eso tan chiquito no se da cuenta”, “mañana se le olvida” son expresiones equivocadas pero que usan muchos adultos para esconder su culpa.

Pues bien, hoy la psiquiatría y la medicina nos han enseñado que los niños graban memorias emocionales, físicas y hasta espirituales desde que están en el vientre materno, luego las agresiones repetitivas y sistemáticas impregnan su configuración emocional y luego frente a las carencias afectivas en la relación con los padres durante la infancia y la adolescencia se convierte en emociones que derivan en hábitos y luego en actos negativos. Tenemos que enseñar y rechazar la educación agresiva y darle más valor al abrazo, la sonrisa, el apego seguro y el amor. Si los adultos fueran conscientes del daño que hacen a los niños con los gritos, los golpes y las agresiones, serían más cuidadosos en las crianzas.

¿Queremos una sociedad con principios y ética? Pues bien la responsabilidad inicial está en la familia y un buen inicio para cambiar nuestra consciencia colectiva es desmontar la errada creencia de que con golpes y gritos se educa. Necesitamos más generosidad afectiva y podemos comenzar con los abrazos. Educar significa hacer surgir, hagamos surgir el amor y no los golpes. Si nos empezamos a poner en sintonía con una forma más civilizada de tener hijos, los adultos en los que se conviertan serán seres humanos más estables en toda la extensión del concepto. Intentémoslo. Hoy allá donde usted me lee, regálele a su hijo o alguien a quien quiera mucho un abrazo y un te amo y además, ¡disfrútelo!