Crisis de la familia | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Septiembre de 2022

En forma casi inadvertida pasó en su momento, ante la opinión nacional, la ley protectora de la unión libre en Colombia. Se exigen dos requisitos: dos años de vida marital estable y que los cónyuges sean viudos, solteros o divorciados.

La ley, a los unidos libremente, les da la categoría de casados por lo civil o por lo católico.

Ya la Corte Suprema de Justicia, en una discutida sentencia, había asimilado la unión libre, para efectos económicos, a una sociedad de hecho. Son ya numerosísimas las leyes aprobadas en el sentido de proteger a la mujer y al menor.

Recordemos algunas: Ley 29/82, emplea la expresión “Hijos extramatrimoniales” y no naturales o ilegítimos, colocándolos en completo pie de igualdad: heredan lo mismo que los unos y los otros. Ley 75/68 -responsabilidad parental ICB- crea organismos para darle mayor agilidad y eficacia a la filiación natural,

Decreto 1818/64, dio vida al Consejo Nacional Protector de Menores. Otros estatutos eliminaron la discriminación de la mujer en algunos aspectos como el sometimiento al domicilio que imperativamente señalara el marido; manejo de bienes, gobierno de los hijos, etc.

Los colombianos, siempre lo he repetido, somos machistas para procrear y cobardes para asumir la paternidad responsable. A la mujer siempre le ha correspondido la parte más dura y gravosa: reproductora de la especie, en su calidad de madre; la gratificadora sexual del hombre como esposa; atender las funciones de crianza de los niños, entre otros.

Además, los educa y asume la responsabilidad administrativa del ambiente doméstico.  Hasta hace poco, sólo se sancionaba el adulterio de la mujer, más no el pluralismo sexual del varón.

Los abogados presenciábamos casos muy desmoralizadores. Personas libremente unidas, uno, cinco, diez, quince o más años de vida marital de hecho, terminaban por voluntad casi siempre del hombre. La mujer y los hijos quedaban en el más irritante abandono. La fortuna amasada conjuntamente permanecía en la cabeza del varón. Y ninguna ley protegía a la mal llamada “concubina”.  Los hijos llevaban la peor parte. Siempre son más vulnerables.

Tímidamente la Corte había asimilado la vida de los concubinos a una simple sociedad de hecho. Esto algo significó. La ley que expidió el Congreso termina con tan aberrante situación. Si los dos compañeros, trabajando solidariamente -como si fueran casados- hacen patrimonio, este debe repartirse como si se tratara de marido y mujer. Es lo justo y lo equitativo.

Todo lo que se oriente a darle fuerza a la familia es benéfico para el país. La grandeza de una nación se mide por el trato que da los más débiles. ¿Y quién es más indefenso que un niño?

Napoleón decía: Dadme una familia fuerte y os daré un país fuerte y vigoroso.