Fukuyama reinventado | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Septiembre de 2022

Francis Fukuyama había analizado la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética como una especie de fin de la historia y de triunfo absoluto del liberalismo.  En su nuevo libro “El liberalismo y sus desencantados” -según la traducción publicada en Colombia- retoma la defensa de los valores esenciales de las democracias liberales, pero esta vez desde una perspectiva menos triunfalista y más reflexiva sobre las dificultades que ellas enfrentan derivadas de las falencias en su ejercicio, pero también de los ataques provenientes tanto de la “derecha populista” como de la “izquierda progresista”.

La tesis central de la obra es que el desencanto con el liberalismo que se percibe en años recientes en diferentes países, “no tiene que ver con la esencia de la doctrina, sino más bien con la forma en que determinadas ideas liberales sensatas han sido interpretadas y llevadas al extremo”, por lo que “la respuesta a esos desencantos no es abandonar el liberalismo como tal, sino moderarlo”.

Sus análisis se basan esencialmente en la experiencia de Estados Unidos, pero pretenden servir en general para las sociedades liberales en el resto del mundo. Por ello, luego de recordar las bases sobre las que se fundó el ideario liberal de  tolerancia, protección de la dignidad humana, autonomía individual, derecho de propiedad como base de la misma, libertades de expresión, asociación y culto, libre comercio, igualdad jurídica y un cada vez más amplio derecho a la  elección política y al voto, y a hacer un recorrido por la evolución y vicisitudes que los mismos han tenido en los últimos veinte años,  plantea una serie de “principios” que pueden, en su criterio, reavivar esos elementos clásicos  en los nuevos contextos en los que hoy están llamados a  enfrentar desafíos cada vez más complejos frente a los cuales afirma que en todo caso  guardan   plena vigencia como ejes de una sociedad democrática.

Fukuyama hace  un  llamado  de atención tanto  a los críticos de derecha como de izquierda, sobe la necesidad  de aceptar,  unos y otros, la diversidad existente en la sociedad -en materia de raza,  origen étnico, género, orientación sexual, pero también de opiniones políticas y religiosas-, y en la utilidad que tiene precisamente el ideario liberal  como medio para gobernar esa diversidad, la cual, en criterio del referido autor, se desconoce muchas veces actualmente en Estados Unidos desde ambos extremos del espectro político. Llama también a superar el mito neoliberal en el que el Estado es demonizado como un enemigo inevitable del crecimiento económico y de la libertad individual. En esta línea afirma que la cuestión urgente para los estados liberales no tiene que ver con el tamaño o el alcance del gobierno, sino con la calidad del mismo, que genere confianza por su trabajo en favor de objetivos públicos esenciales.  

Finalmente hace un llamado a la moderación advirtiendo que “si la libertad económica para comprar, vender e invertir es algo bueno, ello no significa que el hecho de eliminar todas las limitaciones a la libertad económica vaya a ser aún mejor”. Y también que “si la autonomía personal es la fuente de la realización de un individuo, eso no significa que la libertad ilimitada y la constante eliminación de restricciones hagan que una persona se sienta más realizada”. Por ello concluye que “recuperar el sentido de la moderación, tanto individual como colectivo es, por tanto, la clave para el resurgimiento -de hecho para la supervivencia- del propio liberalismo”.

 @wzcsg