Nada para celebrar en Chile

*La división persiste 50 años después

*Boric y la constituyente en crisis

 

Mucho para recordar, nada que celebrar. Esta podría ser la síntesis de cómo se perciben, en perspectiva, cincuenta años después, la caída del gobierno de Salvador Allende y la estruendosa dictadura de Pinochet, con las secuelas y turbulencias que aún enfrenta la sociedad chilena.

Por supuesto, hay escasos motivos para ningún tipo de nostalgia del gobierno marxista de Allende, con su ataque frontal a la propiedad privada y su enfermizo empeño por nacionalizarlo todo, arruinando muy rápidamente la economía y sometiendo a la población a grandes sufrimientos.

En efecto, pasar a manos del Estado las minas de cobre, nitrato, hierro y otros minerales, los bancos, las principales empresas manufactureras ‒algunas fueron entregadas a sus trabajadores‒ y expropiar millones de hectáreas de tierras fértiles para convertirlas en cooperativas, generó una crisis social sin precedentes. Hubo estampida de inversionistas, escasez de oferta, nulidad de divisas (lo cual bloqueó las importaciones de insumos y de repuestos), inflación galopante y, en consecuencia, una caída abismal de los salarios reales. En los días previos al golpe, los chilenos enfrentaban aguda insolvencia de bienes y servicios (que debían buscar en mercados negros), inflación de 1.500% y un declive de la producción, asociado ello a las nacionalizaciones y a erráticas políticas de control de precios. En suma, un fracaso gigantesco y la estrepitosa ruina del país a partir del perverso “socialismo a la chilena”.

La reacción fue igualmente nefanda, en medio de los tentáculos de la Guerra Fría. Pinochet declaró ilegales todos los partidos políticos y los militares desataron una intensiva y cruel persecución a líderes y militantes de izquierda. Se dice por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Chile que 28.459 personas fueron objeto de torturas y 3.227 el número de asesinados o desaparecidos.

Al mismo tiempo, afincado en la escuela de Milton Friedman, Pinochet logró enderezar la economía y llevar al país a niveles de prosperidad sin antecedentes: estímulos a la inversión, privatización de empresas estatales y de la agricultura, liberación de precios y de tasas de interés, desregulación de empresas y de bancos, flexibilización de la ley laboral y ampliación de mercados. De hecho, como resultado de los gobiernos democráticos que sucedieron a Pinochet, Chile llegó a ser el país más próspero de Latinoamérica y los índices de pobreza bajaron de los niveles superiores a 70% de Allende a 8% en 2019.

Pese a ello, entre octubre de 2019 y marzo de 2020 estalló una acción terrorista sostenida y de alta intensidad contra el gobierno de Sebastián Piñera, después replicada en Colombia. El estrépito y la conmoción que ocasionaron en Chile llevaron al mandatario austral a convocar una Convención Constitucional que electoralmente produjo el resurgimiento de las fuerzas de izquierda y dio paso a la elección de Gabriel Boric en 2021 (como a Gustavo Petro en 2022, en Colombia).

Sin embargo, Boric se vio rápidamente contra la pared, tanto por la dramática derrota en las elecciones de constituyentes, como por el rechazo popular a la gestión gubernamental. Por eso, lejos de ser un motivo para la reunificación y la reconciliación, el 50 aniversario de la caída de Allende terminó por atizar y encender con nueva intensidad los reproches, reclamos y recriminaciones. De suyo, Boric no logró la aceptación de todas las fuerzas políticas al acto conmemorativo del 11 de septiembre de 1973. Por el contrario, se mantiene el temor de que el aniversario sea motivo para que las fuerzas anarquistas de 2019 y 2020 inicien otra ola de terrorismo y destrucción.

Por su parte, la última encuesta Black & White, publicada por el diario El Mercurio, señala que 56% de los chilenos considera que la conmemoración le hace mal al país. Y si bien 82% condena el golpe de Estado y 91% la violación de los derechos humanos por la dictadura, solo 23% apoya la gestión de Boric y 63% anuncia que votarán negativamente en diciembre el nuevo texto constitucional. Fuere lo que sea, los chilenos no están en absoluto dispuestos a transitar el espinoso camino de la demagogia y el populismo, encarnado en Boric, aún en menor medida con el allendismo de colofón. En tanto, el país sigue su ruta incierta: división y polarización. Odios encendidos. Lo dicho. Mucho para recordar. Nada para celebrar.