Se desvanece política de integración en América Latina | El Nuevo Siglo
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Domingo, 9 de Agosto de 2020
Giovanni Reyes

Con cerca de un 60 por ciento del producto interno bruto (PIB) de América del Sur, y un 44 por ciento del PIB de América Latina, evidentemente Brasil es un actor de primer orden en la región. A ese rasgo decisivo en el escenario latinoamericano en general y de integración en particular, se le une México como la segunda gran economía regional, y las cuatro economías medianas en Latinoamérica: Argentina, Colombia, Perú y Chile. El conjunto de todas ellas significaría un 90 por ciento del total de producción regional.

Por otra parte, es de mencionar que parte del alcance que se habían trazado los acuerdos de integración regional había sido superar los exclusivos vínculos económicos y comerciales y abarcar los aspectos sociales de las diferentes agrupaciones.

De esa manera, es posible advertir que el grupo que más avanzó en ámbitos extra económicos, fue la Comunidad Andina, uno de los primeros tratados que se constituyeron, con base en el Acuerdo de Cartagena, subscrito el 26 de mayo de 1969. Esos países -Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela- firmaron además, el Convenio Andrés Bello, para educación, el 31 de enero de 1970.

En la actualidad, los tratados comerciales y de integración más bien limitada que dominan la escena regional es el Mercado Común del Sur -Mercosur, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay- y la Alianza del Pacífico -AP, Chile, Colombia, México y Perú. Aunque han existido esfuerzos por consolidar los nexos dentro y entre estos dos bloques, se hace evidente que, con mayor alcance y profundidad, a partir de 2016, Brasil se enrumba con notable incidencia, en los senderos del nacionalismo no integrador.

Efectivamente, a raíz del proceso que desembocó en la destitución de la Presidente Dilma Rousseff (1947) los gobiernos de Michel Temer, y actual régimen del excapitán Jair Bolonaro han optado por un alineamiento más identificado con Washington, que con los países limítrofes.

Este cambio de rumbo -que personalidades como el expresidente Fernando Enrique Cardozo consideran coyuntural- es lesivo para los esfuerzos de integración que se habían adelantado. Para ello se estarían afectando al menos tres componentes que emergen como muy evidentes.

En primer lugar, las posiciones de política internacional que se derivarían de un planteamiento conjunto en América Latina. En condiciones de desintegración, la región se debilita. Si todos los países latinoamericanos estuviesen, no ya unidos o integrados, sino al menos coordinados en sus posiciones de política internacional, la región tendría el tamaño de PIB similar al de Alemania, seríamos muy probablemente la cuarta gran economía del mundo, con un canal interoceánico, un 30 por ciento del bosque tropical mundial -todo un pulmón planetario- y un amplio mercado, de más de 500 millones de personas.

Sin embargo, estamos casi siempre ensimismados, en una práctica de autismo regional recurrente, con nuestros problemas fronterizos. Casi siempre sin mayor importancia, pero siempre entretenidos, dándoles legitimidad a políticos criollos tradicionales.

Un segundo aspecto son las relaciones comerciales más cercanas. Brasil por el tamaño de su economía y la distancia que lo separa de otros países de mercados más reducidos, se constituye por naturaleza propia, por antonomasia, en el mercado natural en América del Sur. Tanto, por ejemplo, Uruguay, Paraguay y Bolivia, gravitan en torno a los mercados más amplios que son los que tienen en Brasil y Argentina.

Un tercer elemento, es que esta reticencia hacia la integración por parte de Brasil, lo que también está posibilitando, es el acrecentamiento de los poderes y vínculos de otros países en Sudamérica; incluyendo desde luego, a naciones extra- continentales. En esto estarían los casos más tradicionales de los nexos estadounidenses con Colombia, o bien las relaciones que se acentúan con potencias como China -en Perú, Chile, el mismo Brasil y Venezuela- además de Rusia -caso venezolano-.

A todo esto, es de enunciar, así sea rápidamente, las ventajas de la integración regional: mayor poder de negociación, mercados ampliados, establecimiento de economías de escala, mayor competitividad. Aquí es importante tener en mente los aportes que hiciera el economista húngaro Bela Balassa (1928-1991) en su obra clásica: Teoría de la Integración Económica (1961). Un contenido que en general puede adaptarse como importante insumo de política económica, en economías emergentes.

De nuevo las reticencias, la complacencia con un Trump que ya puede ir de salida, y los nacionalismos anacrónicos del Brasil de Bolsonaro no sólo restringen actividades de control, mitigación y resguardo de la actual pandemia del coronavirus, sino que interfieren y hacen retroceder los avances que, con tanto esfuerzo, se habían logrado respecto a la integración. 

Estas vivencias respecto a la integración latinoamericana recuerdan el contenido de la obra del Premio Nobel de Literatura 1957, Albert Camus (1913-1960): El Mito de Sísifo (1942). El problema esencial de la integración se relaciona con la carencia de voluntad política sostenible, de persistentes y coherentes disposiciones de política económica por parte de los países involucrados en Latinoamérica y el Caribe.

De allí que, otra vez, la integración regional se asemeja a los esfuerzos de Sísifo: la condena de subir una gran roca cuesta arriba en una montaña, para que antes de alcanzar la cima, se cayera, sucediendo esto, una y otra vez. Con ello se da lugar a esfuerzos y procesos frustrantes y recurrentes.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvar. Profesor titular, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario