La Corona | El Nuevo Siglo
Martes, 11 de Agosto de 2020

Para nosotros, los republicanos, la monarquía tiene, por supuesto, un significado que por razones históricas difiere mucho del que identifica a varios pueblos de Europa. 

Por eso, es apenas comprensible que España esté viviendo una de las horas más tristes, en esta ocasión por causa del drama personal de Don Juan Carlos. 

Y es de las horas más tristes, precisamente, porque muchos sectores extremistas, dentro y fuera del Reino, han querido valerse de la situación no solo para desprestigiar a la monarquía sino para agitar la idea de acabar con ella. 

En lo personal, y más allá de que deba resolver sus asuntos con las justicias suiza y española por presunto fraude fiscal y blanqueo de capitales, los radicales olvidan, deliberadamente, claro está, los inconmensurables servicios prestados por el Rey Emérito a la nación. 

Cómo olvidar el modo en que sobrellevó, con fino tacto y sutileza, una relación tormentosa con su propio padre para acceder al trono cuando, en principio, a este le correspondía culminar la tarea que, tan abruptamente, le arrebató la dictadura. 

Cómo desconocer la sagacidad con la que hubo de lidiar al generalísimo, soportando pacientemente todo tipo de imposiciones y caprichos con el fin de transformar a España en lo que es, un ejemplar modelo de monarquía constitucional. 

Asimismo, es imposible ignorar aquel salvamento de la democracia del 23 de febrero del 81, cuando un pelotón de chafarotes pretendió su respaldo para retrotraer al Reino a las cavernas. 

Y, sobre todo, cómo olvidar el momento sublime del 2007, cuando en plena Cumbre Iberoamericana, y de la manera más espontánea que pueda concebirse, Don Juan Carlos se convirtió en portavoz del sistema internacional para espetarle a ese otro chafarote “¿por qué no te callas?”, una expresión que, si se pondera con aplomo, pasó a convertirse en epitafio. 

Por otra parte, es importante rescatar la carta que le ha enviado a su hijo para comunicarle su partida, “una decisión que tomo”, dice allí, “con profundo sentimiento, pero con gran serenidad.  He sido Rey de España durante casi cuarenta años y, durante todos ellos, siempre he querido lo mejor para España y la Corona”. 

Argumento que, como decimos, a pesar de ser absolutamente incontrastable, está siendo desconocido por aquellos extremistas que, curiosamente, conforman el actual gobierno. 

Un gobierno socialista que, al no gozar de las mayorías necesarias, se ha visto en la penosa obligación de negociar con marxistas, ultraizquierdistas, separatistas, antimonárquicos y chavistas (que allá también proliferan).

Pero ninguno de ellos se saldrá con la suya. Lejos de debilitarse, la Corona se fortalecerá al diferenciarse bien lo que son acontecimientos del pasado en la vida privada de una persona, y la importancia histórica y política que ha tenido y tiene la monarquía para España en particular y para la democracia occidental en general.    

 

 * Profesor de la Escuela Superior de Guerra. 

vicentetorrijos.com