“Selvámonos” | El Nuevo Siglo
Martes, 27 de Agosto de 2019

“La mayor depredación no es tan notoria”

 

Las columnas de humo que evidencian los extensos incendios que están arrasando con la selva del Amazonas han puesto al gobierno de Brasil, en mayor medida, y al de Bolivia, en menor escala, en el ojo del huracán que les reclama sus respectivas responsabilidades en la deforestación del Amazonas, el pulmón del planeta.

El territorio amazónico que se extiende por ocho Estados diferentes, justamente los suscriptores del Tratado de Cooperación Amazónica (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela) es responsable en alto porcentaje del régimen de lluvias del continente y de la regulación del dióxido de carbono del planeta en los más de siete millones de kilómetros cuadrados de selva tropical que la componen, pero es también en varios países un supuesto polo de desarrollo. Esperanza y obstáculo en un mismo lugar.

El posicionamiento de Brasil como potencia agrícola especialmente en el mercado de la soya se ha hecho a costa de la selva amazónica o de los ecosistemas de las planicies que son parte del mismo delicado equilibrio. El “milagro” del cerrado brasileño, que en Colombia se cita como ejemplo para la altillanura, ha supuesto un gran desastre ecológico que ha generado un cambio radical en el régimen de lluvias y en el de la conservación de las aguas subterráneas. A la par con ese desarrollo, la selva ha ido talándose constantemente, sin que la ideología de los sucesivos gobiernos haya supuesto nada más que leves variaciones en los porcentajes, hacia arriba o hacia abajo, según sea el gobierno de derecha, como el actual, o de izquierda, como los anteriores.

Desde Chico Mendes hasta el Cacique Emyra Waiãpi, la deforestación amazónica en Brasil, como en Colombia, ha ido de la mano del asesinato de los conservacionistas que siempre son acusados de oponerse al progreso. O de exagerar en las cifras, como le ocurrió al director del INPE, doctor Ricardo Osorio Galvao, destituido por Bolsonaro con el argumento de que al publicar el dato de un incremento del 88.4%  en las tasas de deforestación, buscaba “frenar el enorme potencial de Brasil para producir alimentos”.

El drama del Amazonas en Bolivia es parecido y no cambia por el hecho de que el presidente Morales esté en las antípodas ideológicas de Bolsonaro. También allí las necesidades del subdesarrollo, que obligan habilitar tierras para la agricultura o la minería frente a una población necesitada, impulsan la deforestación.

En Colombia, donde el territorio amazónico ocupa el 35% del nacional, en 403.000 kilómetros cuadrados que se extienden por seis departamentos, los responsables de la depredación son el abandono estatal y las actividades ilegales del narcotráfico y la minería ilegal, todas en manos de poderosas organizaciones criminales.

Los países desarrollados se alarman por las columnas de humo que han hecho visible la deforestación actual, pero la mayor depredación no es tan notoria. Son las motosierras y las motoniveladoras las que a diario tumban selva para poder producir lo único que el primer mundo le compra a Suramérica sin mayores barreras arancelarias ni fitosanitarias: cocaína y soya.

Sostener la selva amazónica intacta cuesta más de lo que pueden gastar los ocho países que la poseen. Los que destruyeron sus propios bosques para industrializarse deberían protestar menos e invertir más. Solo salvándonos a nosotros se salvan ellos. 

@Quinternatte