Certificación en medio de la nada | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Agosto de 2019

“Debemos abandonar el provincianismo”

Hubo alborozo. Gobierno, Congreso, políticos, medios, fuerzas vivas y hasta víctimas celebraron el gran homenaje que nos hizo el presidente Trump: ¡Nos certificó! Se nos formó, o mejor se nos implantó la idea de que estábamos celebrando un nuevo 7 de agosto, que resucitaba la Batalla de Boyacá.

La celebración no fue por los 200 años de nuestra independencia, sino porque habíamos recibido ¡la certificación! ¿De qué? Nadie atinaba, nadie entendía las razones que nos llevaban a tan generalizada alegría. Muchos de los que recibieron el honor de tener butaca en el Puente de Boyacá creyeron que consagrarían con champaña ‘certificada’… otros más sumisos con glifosato.

El país estaba ausente del honor del presidente Trump.

Ese día para Colombia era más importante la champaña con la que celebró Egan su triunfal arribo a los Campos Elíseos.

Y es claro. Debemos abandonar el provincianismo. La tal certificación nos quita más de lo que nos beneficia. Con ella o sin ella, seguimos poniendo los muertos, la sangre y el miserabilismo de nuestra patria y sus gentes. Nuestras Fuerzas Armadas, nuestra Policía, nuestra justicia, nuestras autoridades y nuestros políticos se corrompen por cuenta del narcotráfico que crece sin pausa para satisfacer una demanda que no tiene término, que nadie controla, que no hay autoridad norteña que la aplaque. Nadie conoce un narco gringo preso o extraditado a Colombia para recibir el castigo que se merece. Ni de esos que la distribuyen en este país, ni los que nos inundan con sus pastillas y fármacos que envilecen a nuestra juventud.

No poseemos un ‘galardón’ o una galerna que imprima miedo o pánico a los norteños; y si los tuviéramos los mataría de la risa.

Entre tanto, el alborozo por la certificación crece, mientras regiones como el Cauca y otras zonas cocaleras siguen en medio de la nada. En poder de la mafia mexicana y de unos terratenientes que despojaron a sus moradores de sus tierras, son los amos.

Los indígenas ‘armados’ con garrotes tratan de imponer la ley, y unos valientes caficultores que laboriosamente cultivan un grano de alta calidad buscan mejorar el ingreso de quienes se dedican a esa actividad. Claro que hubo quienes quisieron dividir el Cauca en dos: uno indígena y otro terrateniente.

Quienes creen entender eso de la certificación, esperan ríos de dinero, autoridades correctas, propósitos gubernamentales que contrarresten los salarios del miedo que implantan las mafias mexicanas y colombianas que ordenan y presionan infamemente a los campesinos y pequeños grupos indígenas para que inunden de coca y marihuana los campos del Cauca.

¡Estamos certificados! pero la sangre, la muerte, la miseria y el látigo de narcos, terratenientes y gringos consumidores seguirán azotando a una región tan bella y productiva como el Cauca, no quienes nos “certifican” y consumen, para elevarse y embriagarse en lejanías.

BLANCO: La demolición de las construcciones ilegales en los cerros del norte de Bogotá.

NEGRO: En Colombia: sube el dólar, baja la demanda, sube el desempleo y baja la inversión.