Regresando a España | El Nuevo Siglo
Sábado, 11 de Agosto de 2018

Regresar a España después de más de cincuenta años de haber vivido y estudiado en Madrid, en pleno auge de la dictadura franquista, le produce a uno encontradas emociones. Una Madrid hermosa y siempre juvenil, a pesar de los cientos de años, de una historia cargada de épicas hazañas. Una metrópoli que conserva rasgos de la grandeza de un imperio en donde no se ponía el sol.

Su gigantesco y modernísimo aeropuerto, uno de los cinco más grandes del mundo, le da una bienvenida que por su hospitalidad ambiental, presiente como cercana y hasta propia. Desde que tocamos tierra empezamos a disfrutar de ese cambio dramático de época de circunstancias. Hoy millones de turistas de todo el mundo recorren todas las atracciones peninsulares. En la época del autócrata, el país estaba totalmente aislado y bloqueado. En esos años el sistema vial y el hotelero no se habían beneficiado del proceso remodelador brindado por el crédito de la comunidad europea.

Sin embargo, tanto ayer como hoy, la calidez de una anfitriona singular es el denominador común. Los nuevos terminales, bautizados con el nombre de Adolfo Suárez, en recuerdo del primer gobernante demócrata español, conforman un gigantesco complejo de obras civiles y tecnológicas. Perfectamente señalizados y sincronizados.  Todos los servicios son de primera categoría hasta que, por desgracia, se llega al muelle de entrega de equipaje por cuenta de Avianca y aquí la demora es eterna. 

En plenas vacaciones de agosto el tráfico madrileño es una verdadera delicia, No hay trancones en ninguna parte. Espléndidas avenidas y hermosos parques por doquier nos dan la bienvenida. Comprendemos entonces por qué España es hoy la gran potencia mundial turística que es. Grandes conjuntos y hermosos monumentos para contemplarlos a plenitud. Los odiosos grafitis no faltan pero no atosigan. Y no hay demasiada contaminación.

El cansancio de la vejez, nueve mil kilómetros y casi diez horas de travesía transoceánica, pasa factura. Hemos aquí tratando de terminar este deshilvanado tecleo para consignar nuestro testimonio de admiración y cariño por esos ancestros ibéricos y nuestros recuerdos de esa estadía de los sesenta vienen atropelladamente a nuestra memoria. Estudiábamos periodismo en la Escuela Central, becados por Cultura Hispánica. Nos había mandado nuestro jefe de redacción de El Siglo, el inolvidable hispanófilo Arturo Abella Rodríguez.

Una anécdota pintoresca e insólita para ese recuerdo. Nuestro diploma de graduación nos lo entregó en persona el propio generalísimo Francisco Franco y nos dio una perorata de media hora sobre...la libertad de prensa. Eran tiempos locos pero inolvidables. Franco es una figura controvertida pero fundamental en la historia de España, sentó las bases para esa gran nación de la hora presente. Hoy los españoles viven en una sólida democracia.

Por todo esto, volver a pisar esta entrañable tierra tiene tanto significado emocional para nosotros. Nuestro idioma, religión y costumbre fueron parte de su herencia. Y hoy más que nunca nos sentimos muy unidos. Las próximas semanas más descansados y aclimatados seguiremos compartiendo nuestras experiencias con nuestros lectores.

Adenda:

El presidente Iván Duque se posesionó mirando alto y lejos. Bien por el país.