Némesis: la inexorable respuesta del planeta | El Nuevo Siglo
EL AUMENTO de la temperatura hace que la atmósfera pueda acumular más vapor de agua y con ello aumenta el poder de lluvias y huracanes
Foto ONU
Domingo, 1 de Agosto de 2021
Giovanni Reyes

Némesis era una diosa griega a quien se le atribuía ser implacable en sus compensaciones, en sus dictados de equilibrio, en sus venganzas y retribuciones. Con su santuario en Ática, para los tiempos de la Grecia clásica era la diosa de la justicia retributiva, de la mesura, de la fortuna y la solidaridad.  Diríamos que es la deidad que se ocupa de los resarcimientos, de la inapelable lógica de causas y efectos.

Se menciona a Némesis, en relación con lo que está ocurriendo con nuestro planeta.  Aunque no se trata de la respuesta de una deidad, la imagen puede resultar útil.  La evidencia científica es abrumadora: el desastre se debe con mucho, a lo que estamos haciendo nosotros, permanentemente, con los recursos renovables y no renovables de nuestra casa común. La realidad del daño que causamos es indiscutible, aunque haya quienes nieguen hechos, las evidencias de crecientes deterioros. Una prueba de esto: durante al menos los últimos setenta años, la temperatura promedio de la Tierra, se ha incrementado en un grado centígrado. 

Estamos imparables llevando a cabo este daño global.  Si la temperatura planetaria asciende en dos grados centígrados, cerca de un millón de especies vivas desaparecerían. Se borrarían del planeta luego de millones de años que ha tomado la evolución para conformar las estructuras biológicas y las funcionales que desempeñan en los ecosistemas.

Y sí, que desagradable tocar estos temas en una sociedad que se ha empeñado en la cultura de la porrista, de las “cheerledears”. Que se habitúa a la celebración permanente de logros fáciles, logros nimios, propios de nuestro cotidiano entretenimiento compulsivo.

Uno trata de evitar un lenguaje neo-apocalíptico. Esto disminuye las posibilidades de que escuchen tanto personas como líderes. Se trata de verdades duras y crudas, pero ciertas. Por ello mismo, son verdades poco mediáticas, poco atractivas para la sociedad del entretenimiento que nos avasalla. Sin embargo, es de señalar las dinámicas que están comprometiendo la subsistencia misma de nosotros y de las próximas generaciones.

En efecto, enfrentamos condiciones difíciles.  No obstante, debido a que los costos reales del desastre que implica el cambio climático -incluyendo el calentamiento global- son secuenciales, puede ser que no los percibamos, pero las consecuencias están allí. Nuestras formas de vida en general están propiciando un daño irreversible. Es la analogía de la rana que no saltará si la temperatura del agua en que está sumergida se le aumenta muy poco a poco, gradualmente. 

Es de subrayarlo. Las dinámicas actuales de nuestras condiciones económicas, sociales, culturales, políticas están destruyendo el planeta y también vidas humanas. No le estamos dando tiempo a la Tierra para que se recupere.  Precisamente los dos componentes esenciales -recursos y vidas- para continuar con nuestra existencia como Homo sapiens.



Por incómodo que parezca, no es de olvidar que cada día en todo el mundo, al menos fallecen unas 50,000 personas por factores que son totalmente prevenibles, es decir evitables. Por causas que vienen desde la Edad Antigua (unos 4,000 años A.C. a 476 D.C.) y la Alta Edad Media (476 D.C. a fines de 1093), afecciones pulmonares y digestivas.  De esas 50,000 personas, al menos 19,000 serían niños que no han cumplido 5 años de vida. Véase bien, estas cifras son diarias. Tenemos cura para ello, pero fracasamos en las aplicaciones.

Ahora, con la embestida del covid-19 y sus variantes siempre al acecho, las cosas se agravan. Son tres marejadas negativas: la epidemia, la marea de la crisis económica y la del daño más estructural al medio ambiente. Son crisis que se retroalimentan mutuamente.

De nuevo, no es la acción vengativa de Némesis.  Con mucho, somos nosotros.  Y como no se trata de algo determinístico como las fases de la luna, quizá algo pueda hacerse todavía. Quizá no estemos totalmente condenados por nuestra severa y permanente ignorancia, por nuestro negacionismo, por nuestras insensateces y locuras. 

Actualmente tenemos una gran acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera.  Este gas, junto al metano y los gases CFC (cloro-fluoro-carbonatos) son responsables de que la radiación del sol que “rebota” de la superficie, ya no pueda salir de la atmósfera. Algo similar a lo que ocurre dentro de un auto que tiene los vidrios cerrados en horas de medio día.  Este aumento de la temperatura hace que la atmósfera pueda acumular más vapor de agua y con ello aumenta el poder de lluvias y huracanes.

Los resultados los vemos con las dramáticas condiciones de precipitación en Europa, con los calores trágicos en Canadá, en la costa occidental de Estados Unidos.  Al menos ahora, dado que afectan a países “más desarrollados”, los hechos tienen resonancia en los medios, aunque esas hayan sido condiciones recurrentes en Centroamérica, en Asia y en países africanos. Los pobres se mueren como los árboles del bosque, sin que nadie se entere.

Debemos establecer estrategias que modifiquen nuestros estilos de vida. Estados Unidos, por ejemplo, con el 6% de la población mundial produce casi el 28% del total de producción global, pero es responsable del 32% de la basura del planeta y de la generación del 26% de los gases de efecto invernadero. Véase nuestra racionalidad: cada año, se estima que se pierden 1,300 millones de toneladas de alimentos, mientras que por otra parte habría 800 millones de personas que padecen hambre crónica, lo que a su vez favorece la incidencia de enfermedades. ¿Es mucho pedir un poco de racionalidad, de reflexión, de extender las manos, de efectivamente mostrar algo de solidaridad?

No corregir la tendencia actual es un suicidio. Un suicidio a pausas. Es cierto.  Pero suicidio, al fin y al cabo. Parafraseando contenidos del libro “El Nombre de la Rosa” (1980) de Humberto Eco, diríamos que se trata de un mundo obscuro, de obscuridad muy densa, de obscuridad que puede tocarse. Muchos vivían en lo cotidiano de una ignorancia de ficticio bienestar, de una “ignorancia auto-gratificante que se imponía permanentemente

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario

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