Incierto comienzo | El Nuevo Siglo
Sábado, 31 de Julio de 2021

El arranque del gobierno del nuevo presidente peruano, Pedro Castillo, ha traído consigo más incertidumbres que certezas, y aún menos señales de calma. Mal comienzo, si los hay, a la hora de gobernar un país que, como tantos, enfrenta enormes desafíos, unos acumulados y otros acentuados por la pandemia, y quién sabe qué otros que emergerán más temprano que tarde; y que, en su conjunto, demandarán un eficaz liderazgo político, un mínimo de estabilidad política, una precisa combinación de prudencia y creatividad económicas, y la acción decidida de un gobierno efectivo.

La investidura poco o nada resuelve el hecho de que el presidente Castillo es un político estructuralmente débil. Débil en su trayectoria y experiencia, y más aún, en su conocimiento de las cuestiones básicas del gobierno. Débil también porque, a fin de cuentas, el partido político con cuya etiqueta fue elegido es todo menos suyo. Y débil también porque la aritmética congresional, factor crucial de la gobernabilidad en un sistema híbrido como el peruano, parece de entrada no serle favorable. La simpatía y las expectativas que despierta en muchos de sus compatriotas de a pie no bastan para compensar estas debilidades, y, antes bien, podrían acabar añadiendo otras.

Su primera decisión de gobierno, la de la conformación del gobierno mismo, ha causado un primer ruido que podría convertirse en estruendo si, como es requisito constitucional, el Congreso no confirma el gabinete. La designación, como jefe de este, de Guido Bellido -para quien, dicho sea de paso, ni Cuba es una dictadura ni Sendero Luminoso una organización terrorista-, ha sido recibida con aprensión, incluso por algunas fuerzas de izquierda, entre las que empiezan a aparecer diversas tensiones. Pedro Franke, una de las figuras más representativas de los sectores moderados, y quien ha jugado un papel fundamental para matizar los alcances del programa económico de Castillo en un esfuerzo por tranquilizar a los mercados, ha rechazado esa cartera, que, junto con la de Justicia, continúa vacante.

A muchos intranquiliza también el nombramiento de Héctor Béjar al frente de las relaciones exteriores. A su pasado guerrillero, que no ha dejado de reivindicar, se suman su declarado comunismo y su filocastrismo; y, en más de una ocasión, ha hecho apología del régimen venezolano. Habrá que ver qué impacto tiene un perfil como el suyo en la dirección del Palacio de Torre Tagle, en las relaciones bilaterales, y en la posición de Perú frente a las distintas cuestiones de la agenda regional. (Todo lo cual, huelga decirlo, tiene especial relevancia para los intereses de Colombia).

 

A todas estas, ¿qué estará pensando la oposición, que no es sólo el fujimorismo?  Titular de un eventual poder de veto en el Congreso, y, por lo tanto, con la capacidad de bloquear las iniciativas del Gobierno, bien puede decirse que tiene una importante parte de la sartén por el mango. Y eso no es poca cosa en un país fracturado, que ha tenido cinco presidentes durante los últimos cinco años, y con tantos problemas por resolver.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales