Palabra y paradoja | El Nuevo Siglo
Viernes, 30 de Julio de 2021

La palabra se hizo carne.  Esto no es ajeno a nuestra propia vida: somos palabras encarnadas, aliento que se materializó. 

Nos valemos de las palabras todos los días. Sin ellas, bien sean escritas, habladas, gesticuladas o pintadas, no serían posibles las relaciones, la primera de las cuales es con nosotros mismos. Necesitamos nombrarnos como parte del proceso de individuación: incluso desde antes de nacer ya se nos ha adjudicado un nombre, que podemos llevar toda la vida o cambiar a nuestra voluntad, como prueba fehaciente que no somos ello, aunque necesitamos uno para identificarnos: yo me llamo Fulano.  Ese rótulo nos permite auto-reconocernos y diferenciarnos. Los demás también llevan un nombre, como un derecho inalienable. Sin embargo, ese sustantivo no alcanza a abarcar todo lo que un individuo es. Lo paradójico es que el nombre designa, revela y aprisiona, todo ello en simultánea. Y además está el pronombre: yo, tú, nosotros…

Necesitamos también nombrar lo que nos sucede. Las emociones nos atraviesan y muchas veces permitimos que se instalen en nosotros, a pesar de que son visitantes temporales. Cuando no sabemos lo que sentimos, cuando no le ponemos nombre a aquello que estamos viviendo, es más difícil fluir en la vida.  Los nombres alegría, tristeza, dolor, rabia, esperanza, felicidad o miedo nos posibilitan relacionarnos con nosotros, los otros y el mundo. Reconocer nuestra vivencia interior es fundamental para que avancemos en la espiral de la evolución y elevemos nuestras frecuencias vibratorias. En algunas ocasiones es realmente complicado ponerle un rótulo a la emoción o al sentimiento, pues estamos hechos marañas o trizas… Nos podemos recomponer cuando identificamos la experiencia y la encuadramos en un nombre. Surge, entonces otra paradoja: el nombre limita y nos permite expandirnos.

Es a través de la palabra que conocemos al mundo: perro, gato, montaña, cielo, mar, continente, mundo, universo. Entre más palabras conocemos, más misterios se despliegan ante nuestros ojos, pues la vastedad de la existencia no tiene límites. Con el verbo nos ponemos en acción, siempre de acuerdo con el momento evolutivo en el que estemos. Por ello podemos pasar de agredir, excluir y matar a reconocer, incluir y amar. Incluso, como otra paradoja, los podemos actuar todos en paralelo, ya que el amor está presente siempre y en todo lugar, así podamos reconocerlo. Con los adjetivos hemos de tener cuidado: con ellos aparecen los juicios, que muchas veces antes que unir, segmentan.

Necesitamos, cómo no, nombrar a lo trascendente.  ¡Ah, paradoja!, lo inefable y nuestro intento de expresarlo con una palabra: Dios, Todo, Tao… Esa divinidad que está adentro, en el yo, el tú, el nosotros y el universo.  Entonces, las palabras no alcanzan, aunque un poema nos impulse al infinito.