La crisis del fútbol | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Julio de 2020
  • Ahora prima el dinero más que el deporte
  • Escándalo de boletas deslegitimó dirigencia

 

La pandemia y la Superintendencia de Industria y Comercio pusieron a temblar los cimientos y la estructura del ya de por sí fisurado edificio del fútbol colombiano, elevando a nivel máximo la crisis que comenzó hace varias décadas por la irrupción de dineros ilegales en este deporte y los malos manejos de sus dirigentes.

Este año, la abrupta interrupción de los campeonatos por cuenta de la emergencia sanitaria agudizó la crisis económica y terminó por agravar muchos de los problemas que se ocultaban debajo del tapete: el afán desmedido de lucro, las luchas por el poder y las divisiones internas en la Federación, las ligas y la Dimayor. Una serie de obstáculos y lastres que frenan el anhelo de tener un fútbol colombiano de calidad, en el amplio espectro que abarca ese deporte, desde las canchas de barrio, hasta los estadios en donde juegan los equipos profesionales.  

Lo primero que queda claro es que la institucionalidad del fútbol concentra su acción y atención en los segmentos que producen ingresos y rentabilidad, básicamente 36 equipos de dos categorías -20 de la A y 16 de la B- y no en los 28.000 equipos que, de acuerdo con la contabilidad del Comet -el sistema digital que agrega todos los procesos clave de negocios y datos de todas las organizaciones deportivas- habría en el país. Para precisar el atraso que tenemos en la materia bastaría citar que Argentina, que tiene 10 millones de habitantes menos que Colombia, tiene 225 ligas regionales y más de 4.000 clubes, cualquiera de los cuales puede evolucionar hasta torneos internacionales. El Ministerio del Deporte y la Federación Colombiana tienen una extensa y exigente tarea pendiente para restructurar nuestro fútbol, a partir de los niveles básicos y de tareas fundamentales como organizar y promover competencias, identificar talentos y formar jugadores, entre muchas otras.  

En la actualidad la Dimayor es escenario de una aguda confrontación entre sus socios, no por el presente o el futuro del fútbol profesional ante la amenaza del Covid-19, sino por dinero. Los presidentes de los clubes libran una guerra política en la que abundan intrigas, maniobras y zancadillas, en torno de los dividendos del contrato de televisión internacional -60 millones de dólares- y del fracaso del marco de ingresos que había diseñado el actual presidente Jorge Enrique Vélez. El derrumbe, debido al confinamiento, de las cuentas alegres que se habían formulado alrededor de estos recursos, los puso a todos en su contra.

Pero el ingrediente más inquietante y grave de la crisis es, sin duda, la reaparición del viejo fantasma de la corrupción. Desde las primeras denuncias del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984, hasta hoy, el fútbol ha sido objeto constante de cuestionamientos. Aunque se han logrado avances importantes para construir transparencia y confianza, las consecuencias de esa primera irrupción de “dineros calientes” en la propiedad de los equipos y en actividades como la compra y venta de jugadores, nunca se disiparon del todo y han tenido réplicas y rebrotes. 

Todo empeoró en 2015 con el llamado ‘Fifagate’, cuando una acción de las autoridades de Estados Unidos puso al descubierto la podredumbre y la ilegalidad que escondía el máximo organismo rector del fútbol global. Quedó claro que el presidente y varios de los máximos directivos mundiales y regionales de la FIFA -entre ellos el colombiano-, estaban inmersos en conductas ilegales que hoy los tienen sub judice, a algunos ya privados de la libertad.  

Con esos antecedentes, el resultado de la reciente investigación de la Superintendencia de Industria y Comercio por la reventa de entradas para los partidos de las eliminatorias del Mundial de Rusia 2018, es un golpe muy fuerte para la dirigencia de nuestro fútbol. Varios de los máximos directivos resultaron involucrados en esos hechos bochornosos, por los cuales se impuso una multa de 16.000 millones de pesos a la Federación Colombiana de Fútbol. Es palmario que la crisis, que puede ser la peor de nuestro balompié en los últimos 30 años, va mucho más allá de la coyuntura. Los hechos demuestran que quienes hoy están al mando no lograron administrar constructivamente un deporte que es pasión nacional, tampoco apoyar ni promover adecuadamente a sus talentos y, sobre todo, manejar con pulcritud y eficiencia sus procesos y competencias, por lo cual se deben ir.  

El ‘Fifagate’ logró que se derrumbaran las rígidas barreras que Joseph Blatter y sus antecesores habían impuesto para ahuyentar y limitar la intervención de los gobiernos en los asuntos del fútbol. En el nuevo espíritu de colaboración, es el momento para que el Ministerio del Deporte se involucre en la tarea de poner la casa en orden y adelante una gran concertación entre todos los entes involucrados, para concretar el relevo de los directivos cuestionados y acometer una reorganización ambiciosa, con metas importantes y exigentes, de toda la estructura del fútbol colombiano. La afición y los millones de colombianos que juegan fútbol lo reclaman y se los agradecerán.