La decadencia de Occidente | El Nuevo Siglo
Lunes, 15 de Julio de 2019

“Casi pasamos del reino de la necesidad al de la libertad”

Oswald Spengler hizo su diagnóstico comparando entre sí nueve civilizaciones en sus etapas de nacimiento, auge y vejez, como si fuesen árboles. Mostraba los frutos esperables o la ausencia de ellos en cada etapa. Fue un ejercicio de universalidad descomunal difícil aun hoy con internet.

Luego Arnold Toynbee, dirigiendo The Royal Society lo amplió a las 21 civilizaciones conocidas. Omitiendo mencionar con hidalguía el nombre del alemán que aportó el método analógico de diferencias, simetrías y patrones. Método distinto a la de causalidad física.  

Spengler en 1918 veía que Occidente había entrado a “la era de los Césares” antes que apareciese Hitler, Mussolini, Franco. Que estaríamos sumidos mucho tiempo en ese sino nacionalista, caudillista y populista. Su método previó el futuro auge asiático (Japón- China).

Esa visión, al abarcar civilizaciones, difiere del parroquialismo de las historias nacionales, de poca extensión temporal. Es un fuerte contraste con el positivismo “ilustrado” que elevó su corta visión, a la dignidad de norma. Alegando falsamente que solo desde el siglo XVIII hay “ciencias”. Ese prejuicio llevado a la historia, obliteró el aporte de todas las religiones y de movimientos artísticos fundamentales como el del Romanticismo. Anclados en el positivismo de Comte, se quedaron en el siglo XIX, sin notar la carnicería conceptual de sus anacrónicas premisas. Spengler compara los “positivismos”, “Ilustraciones” y “racionalismos” en diversas culturas cuando llegan a una etapa urbana. Los ve como otro síntoma, como sofisticados cansancios, como prótesis que disimulan signos de vejez.

Como fuere, estas prótesis no superaron el universo mecánico de Newton.  Marx que compartió esa episteme decimonónica, creyó que la economía producirá fatalmente a un proletariado mesiánico. Y Comte, qué el empirismo es el marco fatal en el cual se decantaría el futuro. Ambos desconocieron el principio de incertidumbre y la topografía de la subjetividad humana. Sus tesis corresponden a la época del tren movido sobre rígidos rieles.

La topografía de la subjetividad se perfila mejor contrastada con las inteligencias artificiales. Esa topografía de lo propio no compite en eficiencia con un algoritmo. Pero dio vida a esas nuevas formas de inteligencia.

Hoy, se revalora la estética, las memorias más antiguas de las religiones y las mitologías originarias como dadoras de sentido que fundamentan a todas las civilizaciones (incluyéndonos). Se aprecia a la meditación como el propulsor más poderoso del cosmos interior y el ocio como creador de cultura. Si bien esta experiencia corresponde con lo vivido por otras culturas en sus etapas urbanas, nos parece inédita. En cuanto a la nuestra subjetividad, la física cuántica da, no otro punto de vista, sino un nuevo punto de ojo. Va cambiando lo que sentimos ser. Pero hay equivalencias pasadas.

Globalmente casi pasamos del reino de la necesidad al de la libertad. Y esa libertad tiene la peculiaridad de poder sentir hastío de sí misma, por ejemplo. Y lo opuesto a la “irracionalidad” no es “la razón”, como creyó el cargante positivismo. Ambas nos pertenecen en la realización de lo propiamente humano.