Un paréntesis en Villavicencio | El Nuevo Siglo
Miércoles, 20 de Julio de 2022

Para hacer un paréntesis de tranquilidad antes del comienzo de un gobierno que llena el ambiente de temores, incógnitas, suposiciones y riesgos que afectaran nuestra vida, quién sabe por cuantos años, tomamos la decisión de ir unos días a Villavicencio para disfrutar de la naturaleza que rodea la ciudad puerta de los Llanos Orientales.

El primer día enrumbamos hacia Restrepo. Nuestra primera parada fue en el Bio Parque Los Ocarros, nombrado por el armadillo más grande que existe. El parque, administrado por el departamento del Meta, consta de 5.5 hectáreas, con 38 hábitats y 181 especies representadas en 1.400 animales pertenecientes a los ecosistemas de la Orinoquia. Vimos, naturalmente, un ocarro, osos hormigueros, grandotes, un par de boas constrictor de varios metros de longitud, una de ellas encontrada en un caño de Villavicencio.

La colección de aves es magnífica, entre ella los buitres reales con sus plumas blancas y negras y su pico decorado por un “moco” azul, amarillo y rojo. Hay un puma de las sábanas, un tigre “mariposo” y un ocelote que más parece un gato que un tigrillo. Impresionantes, los tres enormes cocodrilos de la Orinoquia, casi blancos y los pequeños cocodrilos cachirres. Hay dantas, chigüiros y un acuario con el gran pirarucú y las cachamas, entre otros peces. Tres horas de caminata pasaron en un segundo. De allí a almorzar “mamona” llanera en uno de los asaderos de Cumaral.

De regreso una visita a la fábrica de lácteos La Catira, fundada en 1981, industria que compra sus insumos a los ganaderos del piedemonte de la región. Melquisedec Valero, su fundador, tiene razón en enorgullecerse de su impecable fábrica y sus excelentes productos netamente llaneros.

Para el atardecer ya estábamos en el Mirador de Restrepo tomando aguapanela con el típico pan de arroz de la región y disfrutando de la inagotable vista de las praderas y ríos que llegan hasta el fin del horizonte. Aquí, disfrutamos hablando de los ríos llaneros, con sus maravillosos nombres indígenas, sinfonía de sonidos, visiones teñidas de frondosos recodos, nubes de aves, peces únicos y ganado en sus playones; entre ellos, el Upin, Manacacías, Guacavía, Guatiquía, Orotoy y muchos más, además del Meta, aguas todas, que de una u otra manera llegan al Orinoco. Muchos de estos ríos poseen cascadas y pozos para nadar y pescar.   

Rematamos día donde América Rey, reina del joropo, premiada por su amor a este arte que ella ha llevado a teatros del mundo para ser admirado. Allí gozamos con el lanzamiento de su musical llanero:  El Silbón / Vive Zaperoco.

El segundo día hubo paseo a Acacías, a ver la hermosa acacia de su plaza principal, los sembrados de palma de aceite, los pozos petroleros, subir al mirador de Chichimene y darnos un chapuzón en el pozo El Clavel. De regreso a Villavicencio es obligada la parada en La Cuncia, para probar los chorizos.

Imperdible, ir a conocer los lagos y jardines llenos de peces y tortugas del Centro Comercial Primavera Urbana. Créanme ¡son espectaculares!

El llanero ama tanto su cultura que el último viernes de cada mes es denominado, Día de la Llaneridad y todos, inclusive los empleados públicos y los colegios, lo celebran con música, poesía, vestimentas y comida llanera; tienen mucha razón, los llanos enamoran.