Prisioneros de la imagen | El Nuevo Siglo
Miércoles, 14 de Julio de 2021

El juego instrumental, en redes sociales, de las imágenes caricaturizadas del presidente Duque y el expresidente Uribe distorsiona la verdad sobre sus relaciones. Ha permitido a la oposición mantener en jaque al gobierno, garantizar que permanezcan distanciados y consumir la mayor parte del tiempo de Uribe, ocupándolo en su defensa personal, mientras su partido, su imagen y su legado se debilitan.

Que difícil la situación de Álvaro Uribe. Trátese de lo que se trate, lo malo de este gobierno se le atribuye a él. Desde los excesos de algunos miembros de la fuerza pública, magnificados estratégicamente ante la comunidad internacional y presentados como política de Estado, hasta la demora en el ejercicio de la autoridad que no contuvo a tiempo el terrorismo urbano de los vándalos durante las marchas y bloqueos. Sí. Es paradójico, pero mientras el país reclamaba autoridad y la anarquía se tomaba las calles, la propaganda de la oposición pregonaba un exceso de fuerza "uribista". Una mentira del tamaño de una catedral.

La estrategia funcionó: A Duque le ataron las manos para que no hiciera uso legítimo de la fuerza, amenazándolo con hacerlo quedar como violador de “derechos humanos”. Así distorsionaron la imagen de la fuerza pública en el mundo, mientras aquí intentaban quemar vivos a los policías, o los provocaban con machetes. Una vez más dio resultado esta “combinación de las formas de lucha”. Mientras unos tiraban la piedra, otros pronunciaban discursos y escondían la mano, con el telón de fondo de una policía provocada, humillada y maniatada. La propaganda internacional y la cautela del gobierno terminaron por dar interlocución a unas minorías violentas y difuminar la verdad de Uribe.

El expresidente no tiene cómo explicar que ni es escuchado, ni tiene interlocución con el Presidente, sin quedar mal con él mismo, "con el pecado y sin el género". Uribe no tuvo nada que ver con el manejo de las marchas, ni mucho menos como defenderse. No puede reconocer públicamente que ha sido ignorado, de manera sistemática, por el joven que él hizo elegir Presidente. Si lo reconoce, tendría que aceptar que se equivocó dos veces y a dedo, con la elección de su sucesor.

“Él ungió primero a Santos y después a Duque, por encima de quienes lo habían acompañado durante décadas en la política”, como se afirma al interior de su partido. Mientras ellos continúan presos de su imagen, la oposición insiste en su estrategia porque conoce y trabaja, con éxito, sus puntos vulnerables.

Ahora que las marchas y todos los desafueros políticos y sociales parecen inclinar el péndulo para el lado de la Constitución y la Ley, el uso legítimo de la fuerza y el respeto a las instituciones está tan debilitado el nombre del presidente Uribe, que seguramente ya no podrá señalar un continuador de su política de seguridad democrática, ni el presidente Duque podrá consolidar su movimiento en ciernes.

Ni uribismo, ni duquismo. Tras bambalinas debe haber más de un expresidente frotándose las manos.