Complejidades del mundo islámico y Occidente | El Nuevo Siglo
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Sábado, 9 de Julio de 2022
Giovanni Reyes

Lo último que ha ocurrido y que afecta al mundo islámico es el terremoto de 5.9 grados que asoló la región de Paktika y Khost en Afganistán. Se trata de una región al sur y sur-oriente de Kabul. Los hechos tuvieron lugar el 23 de junio pasado y dejan al menos unos 770 muertos y más de 1400 heridos.  Estas tragedias le ponen mayor presión a un país de por sí necesitado de ayuda humanitaria. Por otra parte, estos sucesos ocurren en el complejo entramado del mundo islámico; países seguidores de una de las tres religiones monoteístas con mayor cantidad de seguidores en el mundo -la otras dos, el cristianismo y el judaísmo-.

Es evidente la complejidad del conjunto de países islámicos, con dinámicas que incluyen enfrentamientos tan sangrientos como recurrentes, con grupos que guardan entre sí, divisiones acérrimas. Esto repercute, entre otras consideraciones, en lo político, lo geoestratégico tanto en Medio Oriente como en el sur de Asia.  Estos conflictos están enraizados en siglos de añeja raigambre religiosa.

Un dato ilustrativo del entramado de los grupos religiosos que hacen parte del Islam y su enfrentamiento: los (i) chiítas tienden a ser mayoría en casi todos los países donde predomina esta religión, con excepción de Irán e Iraq.  Allí son (ii) los sunitas a quienes les pertenecen las mayorías poblacionales. 

Esto, por ejemplo, lleva a no caer víctimas de análisis superficiales en el conflicto entre Iraq e Irán (1980-1988). En realidad, el apoyo y el fortalecimiento del conflicto, incluía el respaldo mutuo que se daban entre chiítas de Irak e Irán.  Más que un conflicto entre países se trataba de una confrontación entre grupos religiosos islámicos.

Es de reconocer que tanto Estados Unidos como Europa y China, se encuentran en mayor o menor grado, participando en el avispero musulmán del Medio Oriente.  Tomando en cuenta lo anterior, Irán tiene serias discrepancias con Arabia Saudita. Se trata de problemas entre un país de mayoría chiíta y la monarquía suní de Arabia. En esta situación es evidente, desde hace años, que Estados Unidos apuesta por el apoyo a los sauditas.

Sin embargo, tal y como lo documenta Doug Bandow desde Europa, durante las campañas electorales en Estados Unidos, se ha insistido por lo general, en que los saudíes se “pueden llegar a comportarse en contra los intereses de Washington”.  Se señala que se ha llegado a apoyar a grupos de radicales islámicos, lo que contribuye al clima de hostilidades en la región, en especial en Siria e Irak. 

En esto es de considerar que, en ocasiones, Washington ha evidenciado contradicciones, y que por otra parte el manejo de los temas ha distado mucho de ser consistente, a pesar de que la Administración Biden ha tratado de enderezar ciertos entuertos.

Entretanto, Arabia Saudita es en realidad un país en donde el autoritarismo se impone, además de los evidentes nexos de financiamiento con grupos que operan en otros países. Como ocurre en muchas regiones musulmanas, se carece de libertad política o religiosa. Ha sido todo un logro histórico que las mujeres hayan tenido autorización para conducir vehículos.

En su nexo con Estados Unidos, los saudíes no han dejado de utilizar a las propias fuerzas norteamericanas para resguardo de sus plantas petroleras, de sus inversiones e incluso como componentes de defensa personal de la realeza en el poder.  Washington por su parte se asegura de tener la dotación de petróleo sin mayores problemas, situación que le hace depender menos de otros proveedores, tales como otras monarquías “menos confiables” o bien de Venezuela en Latinoamérica.

Medios internacionales han manifestado que los saudíes, por otra parte, han apoyado a grupos radicales que son parte del laberinto del Medio Oriente. Por ejemplo, se ha puesto de manifiesto lo que habría sido el apoyo a grupos islamistas que intentaban acabar con el régimen de Bashar Al-Asad en Siria. Tómese en cuenta que el cruento enfrentamiento que trágicamente ha desgarrado a este país y se cobra más de 500 mil víctimas; se ha impuesto una dinámica de sufrimiento sin descensos, desde abril de 2011.



Por otra parte, el apoyo de Estados Unidos a la monarquía saudí se relaciona con la posición inflexible del régimen. La represión del gobierno no se ha hecho esperar al presentarse el sólo intento de “contaminación” de lo que se ha conocido como la “primavera árabe”: grupos de población civil presionando para abrir espacios de participación ciudadana. 

Este movimiento, como se recuerda, ha sacudido el mundo árabe promoviendo mecanismos de elección y representatividad que contrastan con el tradicionalismo. El inicio de la “primavera” ocurrió el 17 de diciembre de 2010 en la ciudad de Túnez, cuando un vendedor ambulante, Mohamed Bouazizi, fue víctima de la policía, al arrebatarle ésta última sus mercancías y ahorros.  En respuesta, desesperadamente, el joven se roció de gasolina y se quemó vivo. 

Es notorio que las repercusiones de este movimiento no han afectado a los mandatarios saudíes.  Es más, desde Riad -la capital saudí- se llegó a intervenir militarmente en Bahrein, pequeño estado insular al este de Arabia Saudita, monárquico también, y con 760 kilómetros cuadrados de territorio.  El apoyo saudí en este caso respaldó a los jerarcas suníes frente a la población chiíta que protestaba.

Apoyar a naciones o grupos étnicos de manera excluyente puede erosionar, aún más, la credibilidad que tiene Washington y Europa. Con ello en general, tiende a descartarse el proceso de negociación que redunda en mecanismos de estabilidad y convivencia política y social más estables, forjados a partir de consensos. Mediante estos mecanismos unilaterales se puede “vencer mas no convencer” y las estabilidades pueden resultar efímeras, muy frágiles.

La recomendación para una estabilidad duradera, más basada en el desarrollo que en la coacción permanente, sería más bien, como lo tiende a hacer hasta cierto punto Europa, basarse más en la conformación de dirigencias incluyentes en la toma de decisiones.

Sería demasiado aspirar a que de inmediato se concreten democracias en muchas sociedades cerradas. Pero en medio de la volatilidad, al menos Europa y Estados Unidos, podrían dar un apoyo más equilibrado entre Irán y Arabia Saudita.

Pero bueno, formar consensos parece no ser la prioridad actual en el manejo de relaciones internacionales, como se evidencia en el sangriento caso de Rusia y Ucrania. Es evidente: las posiciones de fuerza se imponen, para satisfacción de mercados armamentistas.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario

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