Birmania sigue en el infierno | El Nuevo Siglo
Miércoles, 23 de Junio de 2021

 

Seis décadas de usurpación militar

El heroísmo de Aung San Suu Kyi

 

En el Ángelus del pasado domingo el Papa Francisco habló de Birmania, de la experiencia desgarradora que se vive en los campos y ciudades de ese país del suroeste asiático, donde millones de niños, mujeres y hombres sufren desplazamiento y deambulan agotados, víctimas de violencia y de atropellos, como que el ejército les queme la ayuda humanitaria internacional.

Cerca de seis meses después del golpe de estado y de la detención de la líder política y premio nobel de Paz Aung San Suu Kyi, el infierno sigue activo en ese país. Continúan las protestas contra la junta militar que está al mando, en tanto que las denuncias de la Asociación de Países de Suroeste Asiático (Asean), del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y de muchos gobiernos han sido inútiles para detener la escalada violenta que desataron los militares al arrebatarles, una vez más, el poder a los civiles.

Incluso varios países intentan en la ONU un embargo universal de armas contra la dictadura, pero no logran consenso, ya que se oponen 39 naciones, entre ellas China, Rusia y Venezuela.

Desde el 1 de febrero, cuando se produjo el derrocamiento del gobierno se desató una atroz embestida de represión y de violencia contra la población. Han muerto alrededor de mil personas en enfrentamientos con las fuerzas armadas que no cejan en su empeño de asfixiar la democracia.

Represión, brutalidad y opresión marcan el difícil destino de ese pueblo que tiene su libertad intervenida desde hace más de medio siglo, cuando inició la usurpación por los militares, también conocidos como Tatmadaw. Un conflicto que afecta a los 54 millones de habitantes de mayoría budista y en donde hay 135 grupos étnicos, algunos de los cuales reclaman autodeterminación.

Cientos de miles de personas han muerto en estas décadas de enfrentamientos. Generación tras generación, los militares han aplastado a los partidos e instituciones, lo que, además de irreconciliables divisiones en la sociedad, ha sido causa de ruina económica y de éxodo masivo. Las principales violencias se han dirigido contra el grupo musulmán de los rohingyas -a los que no consideran ciudadanos-, también contra los panthay -musulmanes de origen chino- y los gurkha de Nepal.

Ne Win, quien tras el golpe tomó el poder en 1962 y abrió "el Camino Birmano al Socialismo" gobernó hasta 1988, cuando tras otra sublevación fue remplazado por una junta militar que imperó hasta 2010. En esos años duros de dictadura surgió y consolidó su liderazgo en la oposición Aung San Suu Kyi, hija del general Au Sang, prócer de la independencia, asesinado en 1947 cuando ella tenía solo dos años. Ha sido la voz de su pueblo ante el mundo y logró grandes victorias políticas contra el régimen militar, pero al alto costo de estar encarcelada durante más de 15 años en las últimas décadas.

En 1991 le fue otorgado el Premio Nobel de Paz por ser "un ejemplo extraordinario del poder de los que no tienen poder”, un reconocimiento a su lucha persistente e irreductible de resistencia, inspirada en Gandhi y Martin Luther King, en busca de reformas democráticas y de elecciones libres. Había logrado su primer triunfo en las urnas en 1990, pero los militares ignoraron el resultado. Repitió la victoria en 2010 -año en que fue puesta en libertad- y en 2015 en los primeros comicios libres en 25 años.

Aunque ha ganado sucesivas elecciones, la historia de Birmania durante los últimos 32 años se resume en los intentos de los militares por impedir que Aung San Suu Kyi llegue al poder. En una restricción más que evidente prohibieron constitucionalmente que sea Presidente alguien que, como ella, tenga esposo o hijos extranjeros. Por ello desde 2016 era consejera de Estado, ministra de Relaciones Exteriores y ministra de la Oficina de la Presidencia. La acusaron, entonces, de laxitud en la protección de minorías en conflictos étnicos, pese a lo cual logró otra aplastante victoria electoral en noviembre de 2020.

El golpe del pasado 1 de febrero buscó sacarla del poder e impedirle regresar. Hace dos semanas comenzó el juicio en el cual enfrenta cinco cargos por los que podrían sentenciarla hasta a 10 años de prisión y a una pena de inhabilitación que le impediría participar en los próximos comicios. Todo ello mientras Birmania, ante la división de la comunidad internacional, sufre la peor de las represiones y violencias a manos de una fuerza militar tan antigua y agresiva, como arrogante e irracional.