Una iglesia pobre | El Nuevo Siglo
Lunes, 8 de Junio de 2020

Cuando comenzó el pontificado de Francisco y hablaba de una Iglesia pobre, en salida, él mismo no supuso que la Iglesia estaría encerrada por el Coronavirus tipo Covid-19. Ya han pasado, desde que en Bogotá inició el aislamiento pedagógico de marzo, 82 días con las iglesias, parroquias, capillas y oratorios cerrados al grueso del público, ya que en los distintos decretos, cada vez con más excepciones, ninguna de ellas cobija un derecho fundamental consagrado en la Constitución política de Colombia, la libertad de cultos.

Y no estoy hablando únicamente de la Iglesia católica, puesto que nuestro país, un Estado aconfesional que respeta la libertad de cultos, reglamentada por la Ley 133 de 1994, así como por el decreto 1079 de 2016, que estableció el Día Nacional de la Libertad Religiosa, donde todos los cultos y, en especial el católico, mayoritariamente de casi la totalidad de colombianos, se enfrenta a la dura realidad, sobrevivir por gracia de Dios.

En efecto, esta columna se la prometí a un párroco bogotano, quien me escribió muy angustiando hace un par de semanas: “Doctor, ¿qué vamos a hacer?, la gente que se acerca a nuestras parroquias pide nuestra ayuda y nosotros tampoco tenemos nada material para darles”.

Si bien desde hace varias semanas se adelantan diálogos para definir los protocolos de bioseguridad exigidos por el Gobierno para el seguro retorno de los fieles a las principales iglesias de Colombia, esos diálogos no han sido fructíferos. La presión está centrada en que si fútbol, que si autocinema, que si discotecas a dos metros de distancia, como pretendía absurdamente autorizar un alcalde en el Huila, etc. Pero ¿Un derecho fundamental puede seguirse inobservando? Por muchas avemarías de la Vicepresidenta, lo que muchos necesitamos es también la salud espiritual y permitir que no se presente el que, como dijo el papa francisco en Bogotá, nos volvamos católicos apoltronados en el sofá o en el sillón frente al televisor, mientras las necesidades de nuestras parroquias crecen y así mismo las de quienes además del alimento espiritual reciben mercados o apoyo económico en sus parroquias, tanto familias pobres, como familias vergonzantes.

En Argentina, hace veinte días, se dispuso ya de un protocolo que dispone: «Los lugares de culto pueden permanecer abiertos siempre y cuando sea para que los feligreses y miembros puedan concurrir para requerir asistencia espiritual, con acuerdo previo con el ministro de culto, y realizar oraciones individuales, atendiendo a las disposiciones sanitarias vigentes y tomando los recaudos necesarios de distancia e higiene».

 

Hoy, con la globalización, las medidas en cualquier país pueden ser las mismas y Colombia se ha demorado en adoptarlas. No hay nada distinto entre un fiel y otro, siempre que asistan con tapabocas, conserve la distancia de dos metros entre personas, exista una puerta de entrada y otra de salida, se tome la temperatura y los datos de los asistentes y se determine cuál es el aforo de cada lugar de culto para que no asistan más de veinte personas, incluido el sacerdote y el sacristán.