La democracia y el coraje de pensar | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Junio de 2020
Wilson Herrera Romero. PhD *

Hace unos días, en un programa de radio de noticias y opinión que es muy escuchado y tiene mucha influencia dentro de las élites colombianas, en una de las innumerables discusiones que se han tenido sobre las decisiones que se han tomado en distintos niveles del Estado sobre la pandemia, se señaló que nadie estaba preparado para enfrentar semejante contingencia. Afirmaciones como estas se han vuelto un lugar común en las intervenciones de periodistas y políticos de todas las tendencias.

Por estos mismos días, en Netflix se estrenó un documental en que aparecen algunos líderes, reconocidos a nivel mundial, como Barack Obama y el multimillonario Bill Gates en sendas entrevistas dadas hace varios años, en las que advertían que la comunidad científica afirmaba que uno de los riesgos más probables que se podían dar en los años por venir a nivel global era una pandemia, como la del Covid-19.

Menciono a estos personajes, y no a miembros de la comunidad científica, para mostrar algo que me parece notable en la afirmación de los periodistas del programa de radio acerca de que “nadie estaba preparado”. Tal aseveración supone que nadie sabía que algo como esto podría ocurrir y que por eso no estábamos preparados. Sin embargo, las declaraciones de Obama y Gates muestran no sólo que ya se sabía que esto podría ocurrir, sino que además este conocimiento estaba circulando tanto en las comunidades científicas, como también en los círculos de poder y en la opinión pública.  

ens

Tal vez lo que expresa el “nadie estaba preparado” es una especie de cortocircuito que hay entre quienes tienen que tomar las decisiones, los periodistas que informan a los ciudadanos y las comunidades científicas. Pero tal cortocircuito, en mi opinión, no consiste en la ausencia de canales de comunicación entre el mundo de la ciencia, el mundo de la política y los medios, sino que lo que ocurre, más bien, es una falta de apertura a la verdad, a reconocer los hechos y a tomarlos en serio para tomar decisiones informadas. Si bien son frecuentes los mensajes, en todos los espacios, de que nos debemos escuchar y de que debemos ser empáticos y solidarios, lo que hay allí son más bien eslóganes para sentirnos bien, para ocultarnos que no hay la disposición ni el coraje para indagar, para saber lo que pasa, es decir, para pensar.

La democracia

John Dewey, que para muchos es el filósofo de la democracia del siglo XX, señaló que la democracia no es simplemente una forma de gobierno, sino también es una forma ética, una forma de vida. A este respecto, él hace una afirmación, que casi cien años después de haberla pronunciado, aún tiene vigencia:

“La democracia […] comporta una concepción ética y sobre esa dimensión reside su relevancia como forma de gobierno” (1).

El cortocircuito que hay entre aquellos que se dedican a buscar la verdad, quienes están encargados de informar a los ciudadanos y quienes nos gobiernan, tiene que ver con un deterioro profundo de ese ethos democrático que le da sentido a la democracia como sistema político. Para nadie es un secreto que en las democracias occidentales, incluida la colombiana, lo que ha predominado en el llamado juego democrático es el mercadeo político. Lo importante es ganar las elecciones y para ello es necesario vender la imagen de un candidato, de un partido político. Los debates que promueven los medios, en los que participan los candidatos cada vez que hay elecciones, aunque se plantean como espacios de deliberación, se parecen más a las bolsas de valores en las que cada uno trata de seducir a los electores utilizando frases de cajón y, sobre todo, datos y estadísticas, para dar la apariencia de que sí conocen de los temas. Sin embargo, en esos debates lo que se busca realmente no es la verdad, sino hacer creer, a quienes los escuchan, que los políticos que participan son el producto que necesitan. En esta lógica del mercado, en la que lo importante es la imagen, y el ciudadano el potencial cliente, lo que se da a la postre es un simulacro del diálogo y de la verdad.

Una de las mejores defensas de la democracia es aquella que señala que ella es el mejor medio que tenemos para resolver los problemas comunes de una sociedad. Pero, para ello se requiere de ciudadanos que estén dispuestos a cuestionarse a sí mismos y a los otros, a sustentar las creencias que tienen sobre la vida en común con argumentos y evidencias razonables. Cuando en los ciudadanos no hay esa disposición, sus elecciones son ciegas y están motivadas por las emociones que suscita el carisma que produce el candidato, dejando de lado la cuestión quizá más importante de si esto que se les está prometiendo es una falsa ilusión, un discurso vacío. En tanto que los ciudadanos sean más exigentes consigo mismos y con aquellos que les gobiernan, seguramente harán caso omiso de aquellas opciones políticas que no valoran a la ciencia y que la descalifican.

Estos hombres y mujeres que se han tomado el mundo político asumen usualmente unas actitudes dogmáticas y promueven esas actitudes en sus electores, yendo en contra de lo que el mismo Dewey consideró como la mejor salvaguarda de la democracia: que los ciudadanos tuviesen la disposición de no atender a las meras opiniones, sino a las razones que las respaldan y que sean capaces de criticarlas, evaluarlas y modificarlas a la luz de las mejores evidencias que se pueden tener en el momento. Si se mantiene la política con esta misma lógica del mercado, muy seguramente, volverá a ocurrir lo mismo, o algo peor. Por eso creo que la afirmación “nadie estaba preparado para esto”, más que una ingenuidad de alguien que no estaba bien informado, expresa la falta de coraje en la búsqueda de la verdad; coraje que debe ser el corazón de la ética de la democracia y que es necesario volver a recuperar si queremos que esto no se vuelva a repetir. (2)

 

(1) Dewey, Ethics of democracy”. En, Dewey, Early works, Tomo 1. Carbondale, Southern Illinois University Press, 2006,  pp. 240

(2) Agradezco a la profesora Camila de Gamboa pues, después de un candente debate de la democracia, me hizo caer en cuenta de que lo que nos pasa no es culpa de la democracia, sino más bien de su carencia.

 

* Director del Centro de Formación en Ética y Ciudadanía (Phronimos) de la Universidad del Rosario. Profesor Asociado de la Escuela de Ciencias Humanas de la misma Universidad.