Mitomegalomanos | El Nuevo Siglo
Miércoles, 26 de Junio de 2019

Son mitómanos los individuos que viven en un mundo de fantasías y apariencias. Entre la realidad y la mentira no distinguen sus sensaciones y esa confusión desordena su mundo y el de quienes de una u otra manera se dejan seducir por los alardes imaginarios del tótem farsante.

Un trastorno, no siempre identificable sino, por el contrario, seductor, es una alteración psicopatita, narcisista, personalidad corriente en aquejados mentales que necesitan atraer la atención de su prójimo para subsistir socialmente: es la omnipotencia que, libidinosamente, arrastra su habitual comportamiento “onanista”.

Un análisis profundo de las conductas humanas concluye que la exageración de esas alteraciones de la psiquis es la causa de la acción descarrilada de la política, entendiendo que la política es el arte del poder, concebido filantrópicamente para satisfacer las necesidades de los congéneres. Pero no siempre tiene ese valor. El objetivo que, ordinariamente, se persigue es dominar para imponer la voluntad arbitrariamente, valiéndose audazmente de la amenaza y la fuerza y todo para satisfacer la pedantería y las ambiciones egoístas, ¡predicando amor y solidaridad!

Detrás del argumento del poder, esbozado con falsas razones de los mitómanos y megalómanos, está el interés económico, es decir, la crematomanía patológica que lo origina. Si se observa, sin prevención y sinceramente, el hombre existe por la voluntad de Dios. ¿Pero quien es Él? En la práctica se constata su existencia mística indispensable para la satisfacción de las necesidades conscientes e inconscientes: todo con dinero. Y todo lo que se persigue no tiene límites, es exagerada la ambición y para satisfacerla se invoca el “pan nuestro de cada día”.

Ahí surgió la teoría teocrática de la soberanía, predicando que el detentador del poder es Dios o enviado por Dios o escogido por Dios. La democracia interrumpió, aparentemente esa creencia, sin embargo en la práctica se sigue pensando que quien domina a los pueblos ejerce un destino divino y es la convicción inconsciente que tiene quién se exhibe maduro, alardeando sus “virtudes” y todo para satisfacer su enfermedad narcisista.

 Resumiendo apuradamente ese fenómeno humano se expone aquí, en estos momentos, para que las gentes tengan claro a quién van a escoger para que disponga lo conveniente a la comunidad y no a un aprovechado de esas necesidades públicas, valiéndose de la mentira y su egoísmo enfermo: la protegida corrupción.

El escenario nacional está asaltado de campañas publicitarias candidatizando aspirantes a gobernaciones y alcaldías, amén de los diputados y concejales, equipos de títeres que se solazan exhibiéndose cual modelos o candidatas a reinados de belleza y que cuando resultan escogidos llegan al “trono” a convertirse en los “dioses” de esta versión de politeísmo griego que demanda la imploración de los ignorantes fieles,  a quienes seducen constantemente con el objetivo de que para siempre sean sus aduladores.

Fenómeno histórico, producto de ignorancia política del supuesto pueblo soberano, teleológicamente causa de las falsedades de la democracia que aprueba arbitrarios impuestos, valorizaciones y pot’s.