Lo popular no es populista | El Nuevo Siglo
Miércoles, 19 de Junio de 2019
  • El “estado de opinión” institucional
  • ¿Al fin tenemos democracia participativa?

 

 

El estado de opinión, hoy tan en boga como concepto democrático en ciertos sectores de la sociedad, no es más que la forma de aproximarse a la temperatura ideológica del pueblo sobre determinados temas en un momento dado. Sin embargo, se quiere armar aspavientos con un asunto normal e incluso algunos llegan a la extraña conclusión de que hablar de “estado de opinión” es tanto como hablar de populismo.

Si así fueran las cosas todo el andamiaje de las encuestas y los sondeos, que acompañan el debate político desde hace más 70 años, sería apenas un elemento populista porque constituye un método más o menos científico para señalar las preferencias sobre determinado candidato o determinada opción. Si esto se hace de forma limpia, sin esguinces y segundas intenciones, el mecanismo suele funcionar. En caso contrario, cuando se incluyen circunstancias extrañas a la pura indagación técnica, lo que aparece es el populismo que en ese caso radica, efectivamente, en intentar manipular a la opinión pública a partir de preguntas y respuestas inducidas. Como ciertamente ocurrió en Colombia con la previa del plebiscito sobre el acuerdo de La Habana firmado entre el gobierno Santos y las Farc, dejando de lado todo pudor técnico.

En ese ejemplo, como se sabe, se produjo una estrambótica diferencia entre lo que señalaban las encuestas y la realidad de las urnas. Semejante discrepancia se dio precisamente porque lo que se pretendió de antemano fue una manipulación del “estado de opinión” colombiano antes que buscar desentrañar una manifestación verídica del pensamiento popular. Y cuando la voluntad del pueblo se expresó por las vías institucionales, la sorpresa fue mayúscula, por cuanto solo con el resultado formal del plebiscito se pudo determinar cuál era el “estado de opinión” real del país: la negativa mayoritaria a dar curso al convenio habanero.

Aun de ese modo, según puede recordarse, la afirmativa al pacto no estuvo lejos del empate, por lo cual resultaba lógico intentar un acuerdo político serio sobre el asunto, de manera que se llegara a un punto de encuentro que pudiera salvar a la democracia de la encrucijada y se lograra una paz nacional a partir del consenso. No fue así porque los sectores minoritarios, dueños del gobierno y quizá heridos en su vanidad, desmayaron casi de inmediato en el intento y optaron por una salida autoritaria, con un disfraz parlamentario espurio, en vez de un acople inteligente del “estado de opinión” originado en las urnas y haberle dado trámite a un “estado de cosas constitucional”. Eso continúa siendo lo que mantiene dividida a la sociedad colombiana porque, como era de esperarse, las secuelas han sido superlativas.

Llevarse de largo un plebiscito, que es una de las fórmulas constitucionales de mayor jerarquía para establecer legítimamente el “estado de opinión” con alcances vinculantes y jurídicos, infligió una lesión enorme a la democracia colombiana. Pero no solo a ella, sino también a la paz nacional. Es por ello, tal vez, que hoy el dicho proceso con las Farc no encuentra un norte cierto y compartido, sino que naufraga en medio del baúl de anzuelos de los incisos en que lo fragmentaron. Desde luego, nunca los incisos son una expresión fecunda de la política, sino que obedecen, en la mayoría de los casos, a los malabares propios de la sastrería leguleya, tan común en nuestro país, y no al espíritu de la ley, tan ajeno al debate público. Y es ahí, naturalmente, donde se pierde la vigencia de la política como gran orientadora social.

Por supuesto, mantener el reto de una democracia en toda la línea no es fácil, mucho menos cuando se usan los instrumentos estatales para dilucidar el “estado de opinión”. Para ello se necesita ingenio, sindéresis y capacidad. En el Reino Unido, como también se sabe, la voluntad popular determinó que ese país se saliera de la Unión Europea. A nadie se le ha ocurrido allí, por más dificultades, y a diferencia de Colombia, hacerse el de la vista gorda con el “estado opinión” que se expresó mayoritariamente en las urnas y recurrir a las trapisondas leguleyas para evadir los resultados dictaminados por el pueblo británico.  

Ahora, cuando en nuestro país algunos sectores políticos quieren medir la temperatura del “estado de opinión” sobre algunos temas, por las vías institucionales, los eternos partidarios del statu quo dicen que eso es populista. Es un disco demasiado rayado y anticuado que nace de ningunear la democracia participativa y anularla como expresión constitucional. Pero los verdaderos demócratas saben que una cosa es la voluntad popular y muy otra el populismo de que, curiosamente, hacen gala los mismos populistas para que no cambie nada.