El Llanero Solitario | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Junio de 2019

Solo a la clase dirigente y a algunos medios le importa la “gobernabilidad”

La semana pasada en medio de una de las jornadas para la recolección de firmas nos encontramos con un señor que furioso al ser abordado nos gritó: “A mí no me ofrezcan nada que estoy estresado, no tengo esposa, ni novia, ni amante y estoy deprimido”.

Estupefactas le deseamos suerte en que pudiera mejorar su situación amorosa y que lograra suplir sus vacíos sentimentales, a lo que el amigo que iba con él le gritó mientras también nos negaba la firma: “Aunque sea consígase un tipo”.

De todo pasa en la calle y cada día me convenzo más que es en el territorio donde se oyen los acentos venezolanos, el rebusque de los colombianos, la situación de los vendedores ambulantes, las mil historias que se oyen en Transmilenio, la espera con desespero en cada paradero del SITP Urbano que a veces parecen más buses que pertenecen a una leyenda urbana porque nunca pasan, es en donde se debe hacer la nueva política. La que de manera disruptiva compita con las formas tradicionales.

¿Qué es lo tradicional? Las familias, los apellidos, los varones electorales, las monarquías locales que llevan ocupando la misma curul, periodo tras periodo, los que andan en camionetas blindadas y poco o nada se juntan con el pueblo. Esos politiqueros que asisten a reuniones de “alto nivel” y se ponen de acuerdo en quién será el ungido para gobernar, pero eso sí, garantizar la sobrevivencia de las clientelas y los contratos que sostengan el modus vivendi y hasta operandi del desafortunado “clúster” político (en las regiones y ciudades). Si se fijan bien en Bogotá se aplica lo de “cada niño con su boleta” que para el caso significa que cada candidato tiene a su expresidente.

Salir entonces con una propuesta en donde no haya el respaldo de la política tradicional es un desafío. Hay que vencer la apatía, la incredulidad y las voces de esos políticos que dicen “esa candidata no tiene opción”. Pero resulta que si hay algo que la gente en las calles pide a gritos es independencia. El señor contrariado por falta de amor que les narré, la vendedora ambulante, el grupo corporativo de venta de tiquetes para eventos que está emprendiendo, el ama de casa con sus hijitos, el pensionado que disfruta de un helado en un parque, el grupo de empleados de una gran corporación de regreso después del almuerzo, coinciden en lo mismo: están hasta la coronilla de los mismos políticos, los mismos nombres y el mismo resultado: el malestar en la ciudad.

Es la gente desconocida la que le ha venido creyendo a otra desconocida como yo que es posible la independencia. Solo a la clase dirigente y a algunos medios le importa la “gobernabilidad” y por eso se preocupan porque las opciones “válidas” tengan maquinarias. A la gente del común eso la tiene sin cuidado. Quieren alguien que se la juegue con valentía por la ética, la inversión eficiente, la gerencia con sentido común y la capacidad de comunicación efectiva y asertiva.

Todos los días me convenzo que la política tradicional está mandada a recoger. Mientras tanto les cuento que sigo caminando en promedio 9 Km diarios, hablando con la gente y recogiendo firmas para inscribirme como candidata a la Alcaldía de Bogotá con total independencia de lo tradicional.