A. Latina: gobiernos desconectados | El Nuevo Siglo
Miércoles, 16 de Junio de 2021
  • Crisis de liderazgo y representatividad
  • Acertado diagnóstico de Cepeda Ulloa

 

La situación política, económica, social e institucional en América Latina y el Caribe está muy candente, agravando el panorama ya de por sí crítico derivado del fuerte impacto de la pandemia y su drástico coletazo en la empobrecida población y la recesión productiva. En México el gobierno recibió un duro castigo en las recientes elecciones, en tanto el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua es descalificado por toda la comunidad internacional por el ilegal y burdo encarcelamiento de candidatos presidenciales y líderes de la oposición. En El Salvador, entre tanto, no cesan las críticas por las acciones del presidente Bukele que anularían la separación de poderes.

Si pasamos a lo que ocurre en el sur del continente, la situación tampoco parece ser mejor. Nuestro país completó un mes y medio de paros, marchas, vandalismo y desorden público. En Venezuela la aguda crisis generada por la dictadura chavista es simplemente dramática en todos sus órdenes. Perú, entre tanto, lleva más de diez días tras los comicios presidenciales sin que se pueda oficializar al ganador, en tanto la izquierda denuncia un intento por desconocer su alegado triunfo y la derecha no solo insiste en que hubo fraude electoral sino que su candidata podría ser encarcelada en próximos días. Mientras que en Ecuador el nuevo gobierno conservador empieza a dar un timonazo para enrutar al país a un norte claro, en Brasil el mandato de Bolsonaro sigue en el ojo del huracán por el manejo dado a la emergencia pandémica. De otro lado, en Bolivia la polarización política entre el gobierno de izquierda y la oposición se ahonda, en tanto que en Chile todavía no se asimila el sorpresivo mapa político ni la correlación de fuerzas que se encargará de redactar la nueva constitución. A ello se suma que en Argentina el gobierno kirchnerista se desgasta rápidamente en medio de las dificultades económicas y el fuerte embate del covid-19, al igual que en Paraguay, en donde el Ejecutivo quedó contra la pared por el manejo de la contingencia sanitaria…

¿Qué es lo que está pasando? ¿Se puede considerar que este agitado clima político, económico, social e institucional tiene como única causa el coletazo de la pandemia? Al decir de muchos analistas, todo esto va más allá de la emergencia por el covid-19, sin desconocer las graves consecuencias de esta. Es más, se concluye que el impacto del coronavirus aceleró la explosión de un sentimiento amplio de inconformismo ciudadano frente a problemáticas estructurales relacionadas con índices de pobreza, desigualdad, exclusión de amplios sectores poblacionales, inseguridad, desempleo, escándalos de corrupción, ineficiencia administrativa, malgasto de las riquezas y potencialidades nacionales… Obviamente esto se ha traducido en situaciones y desfogues muy particulares en cada país, más allá de si en el escenario político local prima la izquierda, la derecha, el centro o sus respectivas variantes.     

En entrevista para nuestra edición dominical, el exministro y analista Fernando Cepeda Ulloa hizo un análisis de lo que está pasando en el contexto latinoamericano. Llama la atención su diagnóstico en torno a que en el subcontinente lo que se está perdiendo es la dimensión política, entendida esta como esa conexión entre los gobernantes y los gobernados, del Gobierno con la sociedad civil.

Para Cepeda es claro que en la mayoría de los países se observa un deterioro muy grande de los partidos políticos y, en general, del sistema político, de sus instituciones, de los gobiernos, el Congreso, el poder judicial, la sociedad civil, los medios de comunicación… En síntesis, un sistema político que no está funcionando porque no está conectado con la ciudadanía y sus intereses y anhelos. Y ello produce no solo una consecuente crisis de representatividad política, sino que las personas dejan de creer en las instituciones, desconfían de ellas así como del liderazgo y eficiencia de los dirigentes, lo que, a su turno, genera un desgano en materia de participación política directa… Y todo ello, al final, debilita gravemente la democracia.

No en pocas ocasiones hemos advertido desde estas páginas que los Estados tienen como primera función, premisa sobre la cual se sustenta su legitimidad, que los gobernados le reconozcan la capacidad para solucionar los problemas y crisis. Cuando esto no ocurre no solo sobrevienen los picos de tensión social, política, económica e institucional, sino que se crea un caldo de cultivo para que los populismos de cualquier sino político o ideológico entren a capitalizar el desencanto popular y convenzan a esas mayorías desesperadas e insatisfechas de elevar al poder a quienes han de enrutar a las naciones indefectiblemente el abismo y la inviabilidad.