El desmonte del mundo conocido | El Nuevo Siglo
Viernes, 4 de Junio de 2021

Es la sensación que producen muchos de los hechos de los últimos años, meses y días y horas: nos están moviendo el piso a todos. O al menos eso parece. Hay una especie de artillería de origen no muy claro que dispara sin cesar contra todo lo habido y por haber: contra la familia y el matrimonio, contra las instituciones políticas y también las morales, contra las creencias y pensamientos consolidados, contra los valores de siempre y hasta contra el lenguaje. Es decir, la pelea es, como en la lucha libre, a muerte, hasta quitar la máscara y repartir los despojos. El primer efecto de esta guerra es la perplejidad en que está la mayoría de la gente y que ve con cierta angustia que cada vez habría menos de dónde agarrarse para la embestida final.

El Papa Benedicto XVI, en su obra “Jesús de Nazaret” (2007) cita a Heinrich Schlier, quien describe el tema de esta (dura) manera: “Los enemigos no son este o aquel, tampoco yo mismo, nadie de carne y hueso …El conflicto va más al fondo. Se dirige contra un sinnúmero de enemigos que atacan incansablemente, enemigos no bien definidos que no tienen verdaderos nombres, sino solamente denominaciones colectivas; también son a priori superiores al hombre, y esto por su posición superior, por su posición “en los cielos” de la existencia; superiores también porque su posición es impenetrable e inatacable. Su posición constituye precisamente la “atmósfera” de la existencia, una atmósfera que ellos mismos difunden a su alrededor, estando todos ellos, en fin, repletos de una maldad sustancia y mortal”. Y, precisamente, estas dos palabras finales, son las que a veces no queremos ver y terminamos por creer que todo lo que somos, creemos y hacemos hasta hoy ha perdido toda validez y bondad. Y no hay tal.

Es hora de darnos cuenta que detrás de muchas de las luchas “pro” de hoy en día hay también mucha maldad y ni se diga lejanía de Dios. Hay que superar un forzado sentido de culpa que han querido sembrar en todo el que les pasa por enfrente. Pero en realidad los anima un espíritu realmente maligno, iconoclasta, aplastador de todo lo verdaderamente humano. Y este ánimo destructivo ha sido cultivado cuidadosa y metódicamente para que se expanda en esa atmósfera difusa de la cual habla la cita anterior. Sin embargo, mea culpa, reconozcamos que cuando del “otro lado” no sembramos con más entusiasmo y pasión el bien verdadero, no solo el aparente, y cuando no lo defendemos con hombría, la maleza progresa irremediablemente. Imposible que no seamos capaces de llenar de nuevo la atmósfera, ahora super contaminada, de un verdadero humanismo, de una fe viva, de un sentido fraterno realmente universal. Y también de una superior capacidad de corrección de nuestros grandes errores.

Antes de desmontar el mundo conocido bien vale la pena hacer el inventario del mismo porque en él hay infinidad de realidades bondadosas, realmente humanas y espirituales, progresos innegables y gentes en general de buena estirpe. Y antes de comprar el “mundo nuevo” examinemos con cuidado toda la chatarra que contiene.