Los colombianos estupefactos | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Junio de 2023

*Crónica de un “estado policivo”

*Recuperación de la sensatez y la decencia

 

Muchas son las cosas sorprendentes derivadas del escándalo de la Casa de Nariño esta semana. Una primera, ciertamente, la demora del presidente Gustavo Petro en haber salido de su mano derecha, Laura Sarabia, apenas tuvo conocimiento de las tropelías en que había incurrido desde su cargo como jefa del despacho presidencial y el exabrupto evidente por parte de ella al ordenar un polígrafo en los sótanos adscritos al palacio de gobierno sobre su servidora doméstica, a raíz del robo de una chuspa con dólares en su residencia privada.

En efecto, no solo era un hecho a todas luces atentatorio de los derechos humanos, sino una actitud criminosa que permitía deducir otras conductas anómalas de igual calado, encubiertas en el boato y las alfombras rojas en el centro de poder del país. Asimismo, justo al lado del balcón desde donde el primer mandatario suele hablar de sus encendidas consignas y de las reformas que cada día se enredan más a cuenta de la manera arrevesada como se han propuesto y debatido, con base en un ánimo polarizante y en no pocas ocasiones, vindicativo.

Y sorprendió esa demora, no solo por lo dicho, sino también porque este ha sido un gobierno que, en los meses que lleva de mandato, no se ha parado en mientes para salir de la forma más estrepitosa de muchos sus ministros, de descabezar a generales del Ejército y de la Policía, de producir un rosario de servidores públicos de toda índole que no alcanzaron siquiera a desarrollar un mínimo de sus funciones o que fueron obligados a renunciar por no admitir falsedades en los informes a la opinión pública, como en el ministerio de Minas sobre las reservas de gas. Por lo cual la salida de Sarabia parecía cantada, desde que la revista Semana hizo públicas las tropelías contra la servidora doméstica desde los poderes palaciegos.

Pero no fue así. Por el contrario, a raíz de unas investigaciones de Daniel Coronell, en La W, vino otra sorpresa, cuando también se hizo público que había otro protagonista de envergadura: el embajador en Venezuela, Armando Benedetti. Y ahí el lío fue aún mayor, puesto que se develaron extraños viajes a Caracas en costosísimos vuelos privados, en que iba la servidora doméstica con el fin de persuadirla de que no hablara sobre las conductas de Sarabia, supuesta ficha del diplomático. Y siguieron las sorpresas con las pugnas en la Cancillería, entre el ministro y el mismo embajador, por la ausencia de permisos en los viajes. Y así, iban y venían temas de consejas y estafetas. Hasta que el propio embajador dejó entrever que, además de polígrafo, había de por medio chuzadas ilegales, lo cual sería la tapa.

A todas estas, lo único que se sabía del presidente era su intempestiva acusación de que en Colombia las autoridades estaban dando un “golpe blando”, en alusión a los fallos y sanciones legítimas sobre parlamentarios de su grupo, lo que a la larga no pasó de ser un grave distractor frente a lo que de antemano le venía pierna arriba a su gobierno: que, ciertamente, se estaban dando interceptaciones telefónicas ilegales, atentando contra los derechos humanos. Entonces, el Pacto Histórico salió en masa a defender la tesis que el presidente había sacado del cubilete, anunciando denuncias internacionales al respecto de los dictámenes judiciales nacionales. Justo en ese momento, para otra sorpresa, la Procuraduría encontró mérito para sancionar con 16 años de inhabilidad para ocupar cargos públicos a quien había fungido de ambivalente contradictor de Petro en la campaña presidencial, a causa de un sonado caso de corrupción, sumándose el sentenciado a la algarabía del Pacto Histórico contra los organismos de control colombianos. Y como si fuera poco, una senadora insignia de la izquierda “pactista” calificó sorpresiva y peyorativamente de “sirvienta” a la servidora doméstica en mención, dejando en claro el desprecio y el carácter insultante por una actividad que merece toda la consideración y respeto.    

Pero todo ese bochinche se vino a pique cuando el Fiscal realizó una rueda de prensa, informando que sí se habían chuzado los teléfonos de las servidoras de Laura Sarabia. Y que se había hecho nada menos que a partir de un informe falso en una investigación contra el ‘Clan del Golfo’, en Chocó, que compromete a un oficial y unos patrulleros de la Policía. Pero, ¿acaso todo se va a quedar en unos policías? De hecho, todo el país se pregunta quién dio la orden y por qué. Aún más: ¿Cuál es el alcance de lo dicho por el Fiscal de que volvieron las chuzadas?

Al final el presidente no tuvo más que, por fin, actuar ante lo que era insostenible y sacó a dos de sus funcionarios predilectos. Pero los colombianos no terminan de salir de su estupefacción. Ciertamente, mucho de lo que cuenta en un gobierno es el estilo. O como decía MacLuhan: el estilo es el hombre. Y frente al estilo de lo que se ha visto en estos meses Colombia no tiene más que clamar por los derechos humanos, el imperio de la ley y el orden, el respeto de la dignidad humana y lo que hoy parece más necesario que nunca: la recuperación de la sensatez y la decencia.