No hacer nada, lo más difícil de hacer | El Nuevo Siglo
Sábado, 23 de Mayo de 2020

Puede muy bien sonar a filosofía barata, pero es la realidad: "No hacer nada es lo más difícil de hacer”. Luego de dos largos meses de severo confinamiento y total aislamiento social obligatorio, nuestra mente tiende, con más frecuencia de la deseada, a ponerse en blanco. Muchas son las veces que intentamos ponernos a leer, pero son más las que no atinamos a "doblar la hoja". Y no se diga de tratar de escribir, por ejemplo, esta columna que llevamos pergeñando hace más de veinte años en nuestro querido diario.

La ausencia de temas es verdaderamente crítica. La única noticia que parece existir es la del coronavirus y todos los acontecimientos, o la falta de ellos, se relaciona con la pandemia. Es más que evidente que el ocio, cuando es impuesto por las circunstancias, pierde todo su encanto. Y no es que a estas alturas del paseo nosotros tengamos que hacer muchas cosas. Es que, psicológicamente hablando, la libertad es un bien preciado y sentirse enjaulado es lo más deprimente que nos pueda ocurrir. Pero, como solían decir nuestros abuelos, a los malos tiempos hay que ponerles buena cara.

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Entre nuestras lecturas a medias y con ocasión del septuagésimo quinto aniversario de la muerte del dictador alemán Adolf Hitler nos pusimos a repasar varias de sus biografías, en especial la muy buena de Ian Kershaw. Es uno de los estudios históricos más completo sobre la vida y obra de este genio satánico que produjo la muerte de más de cincuenta millones de personas y la casi completa devastación del continente europeo. Narra las circunstancias de como una civilización tan avanzada como la germana pudo producir una mente tan desquiciada, en pleno siglo XX.

Fue así como uno de los mayores aventureros de la historia y un verdadero advenedizo en su ciudad, logro casi el apoyo unánime de sus compatriotas, en la más criminal de las cruzadas que se hubiese llevado a cabo. El recuento de sus abusos y de sus sanguinarias acciones es un verdadero catálogo de horrores. Una historia verdaderamente sobrecogedora que de todas maneras nos deja una gran lección: sólo la ética pública puede guiar a nuestros dirigentes en la búsqueda del bien común. Ningún otro dictador en la historia, Julio César, Napoleón o Stalin o el Gnegis Khan, lograron las dimensiones de su maldad.

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Muy grave, en grado superlativo, para nuestra maltrecha vida democrática, el asunto de las famosas "chuzadas", pero sobre todo que las hubieran realizado miembros de las fuerzas armadas, incluyendo coroneles y generales. A audiencias de juzgamiento han sido convocados los sospechosos y es de esperar un total esclarecimiento de los hechos y un castigo ejemplar a los responsables por parte de la Procuraduría. Todos funcionarios de los servicios de inteligencia y contrainteligencia habían montado toda una estructura criminal de seguimiento ilegal.

El país no puede tolerar que sus uniformados cometan estas aberrantes prácticas. Como ciudadanos debemos respetar y hacer respetar a todas nuestras fuerzas armadas y de policía. Pero ellos también deben respetar las instituciones y el buen nombre de la vida militar.