La caída de Berlín | El Nuevo Siglo
Sábado, 9 de Mayo de 2020

Durante los primeros días del mes de enero de 1945, sexto año de la conflagración a escala mundial, entre los países aliados democráticos y la Alemania nazi, más de dos millones de soldados rusos, con el apoyo de seis mil aviones de combate y cuatro mil tanques y carros de asalto, desataron un infierno bélico para tomarse la Berlín, capital del Tercer Reich. Dos semanas más tarde Adolf Hitler había regresado a la ciudad con la consigna de no dejarla caer en manos soviéticas. No habría ninguna clase de capitulación. Se esperaba un final wagneriano.

El territorio continental europeo estaba totalmente invadido y cercado por todos sus costados. El este era zona roja y el oeste estaba copado por los ejércitos norteamericanos de Eisenhower y Patton. No había ninguna vía de escape para las huestes hitlerianas. El dictador alemán y su amante Eva Braun se habían refugiado en un enorme búnker, de dos plantas, y varios metros bajo tierra. Juró a sus compañeros de encierro que no se dejaría coger vivo. "No me exhibirán como a un animal de circo". Al mismo tiempo había dado orden a sus generales de "tierra arrasada" y había ordenado fusilar a quienes retrocedieran o se fueran a entregar,

"No tengo sucesor", le dijo a sus secretarias: "Hess se ha vuelto loco, Göring ha dilapidado las simpatías populares y a Himmler lo rechazan los alemanes”. Le había solicitado a Morel, su médico personal, varias pastillas cianuro y tenía en su poder un juego de pistolas de nueve y once milímetros. Tenía toda la intención de suicidarse en compañía de su amante y hasta hacía unas horas su esposa, Eva Braun. Se había casado en una sencilla pero emotiva ceremonia en el propio búnker. Fue esta la única nota de alegría en el macabro domicilio.  con el pasar de los días la gente que los acompañaba comenzaron a retirarse hacia la superficie. con el permiso del dictador. Salieron en pequeños grupos.

Tratando de evitar lo que en Italia le había ocurrido a Mussolini, dio la orden de que cremaran su cadáver y el de su amante, para que solo quedaran cenizas. Esta siniestra consigna fue cumplida por los militares que le sobrevivieron. Años después, lo único que se pudo identificar de los dos cuerpos fueron sus mandíbulas calcinadas. De todas maneras, la figura de Hitler ha pasado a la historia como la de un cruel y vengativo criminal de masas que dejó tras de sí una estela de cincuenta millones de cadáveres y todo un continente arrasado. Su legado de maldad no tiene parangón.