Acuerdo Nacional por el Futuro | El Nuevo Siglo
Domingo, 31 de Mayo de 2020
  • La resiliencia colombiana
  • Se inicia un nuevo bloque histórico

 

Hoy la palabra clave en Colombia, frente al impacto de la crisis sanitaria y la respuesta respectiva, proviene del lenguaje del medio ambiente y la sicología: resiliencia. Es decir, de una parte, la capacidad de un ecosistema para resistir y adaptarse ante las presiones y amenazas externas o, de otra, la facultad del ser humano para enfrentar las situaciones críticas y sorpresivas que eventualmente se le presentan en el transcurso de la vida.

En ese orden de ideas, puede de la misma manera usarse ese concepto de resiliencia a fin de evaluar la capacidad de un país, como colectivo social, para sobreponerse a las adversidades. En este caso, las adversidades epidemiológicas y enfrentar como sociedad las desastrosas circunstancias desde la aparición virulenta y sus secuelas insólitas, en todos los campos, con una perspectiva de futuro mancomunada, además en un escenario tan complejo que ha tocado sensiblemente la fibra, las costumbres y el tejido social en todos los rincones de la nación colombiana, como del mundo entero.

Para ello, desde luego, es indispensable reconocer que la situación económica, social, política, cultural y hasta sicológica cambió drásticamente, inclusive en una dimensión y a una velocidad nunca prevista por nadie. Por tanto, no es del todo válido hacer comparaciones frente a la trayectoria previa, cuando los elementos del devenir en sociedad eran por completo diferentes o al menos se daban en un escalafón de muchísimo menor rango al agudo compromiso sistémico de la crisis actual.

En consecuencia, bastaría con ver que, desde hace ya hace casi tres meses, cuando se presentó el primer caso de Covid-19 en Colombia, no es factible hablar de otro asunto, al igual que ocurre en el resto del planeta. Es decir, solo se habla de las causas y consecuencias de la patología; de la inadvertencia de la ciencia universal en materia tan grave; del desarrollo en tiempo real de la epidemia y del apremio en procura de una vacuna; de las cuarentenas como amparo de la salud pública pero también de la lesión a la economía y el empleo, en un teatro ya de por sí dramático; todo ello enmarcado dentro de un alcance global, nacional, regional, municipal e incluso a nivel de barrios y residencias, donde impera tanto las exigencias de bioseguridad como la preocupación inmediata por el descalabro económico. Nunca pues, para decirlo en términos contemporáneos, el mundo había estado tan glocalizado, o sea, tan inmerso en el nexo automático entre lo global y local.

En ese sentido, no deja de ser igualmente una gran paradoja lo poco que el mundo, en su conjunto, estaba preparado para afrontar una situación de esta índole; una hecatombe contra un enemigo invisible y astuto; en suma, una especie de Tercera Guerra Mundial, de la que mucho se habló, pero nunca se pensó seriamente que llegaría de manera tan extraña y acuciante. Todavía menos, por supuesto, a partir de un solo caso de zoonosis de los murciélagos a los humanos y a raíz de una infección en un distante mercado de Wuhan o, en otra versión, a cuenta de una imprevisión técnica en un laboratorio de aquella ciudad china desconocida para la gran mayoría del orbe y que de uno u otro modo ha afectado alrededor de seis mil millones de personas en el planeta.      

 Por su parte, es muy posible que Colombia no hubiera sufrido nunca antes, en sus 200 años de vida en democracia, un reto de magnitud semejante, aunque ciertamente en su trayectoria histórica no haya dejado de manifestarse algún sino trágico a partir de las vicisitudes en el avance paulatino de su estructuración nacional. Contexto, no obstante, de menor impacto a otras naciones latinoamericanas, pese a cierta mentalidad historicista en contrario que hay en el país.

Aun así, podría afirmarse que una nación como la nuestra puede dividir este período democrático de dos siglos en algunos bloques, desde 1830, cuando se dio el colapso grancolombiano después de la independencia. El primer bloque, en que se mantuvo la ambivalencia de la unidad nacional, en medio de las pugnas entre centralismo y federalismo, hasta 1886, con sus guerras civiles alternativas; luego un lapso en que no solo se logró la unidad nacional, sino que se obtuvo en buena medida la prevalencia de las instituciones y sus reformas hasta 1930; después un período en que se exacerbaron las pugnas ideológicas entre los partidos políticos, con sus derivaciones violentas, de parte y parte, hasta desembocar en la conciliación de Frente Nacional, con sus 16 años de gobiernos alternados, hasta 1974; más tarde el desmonte paulatino de este arreglo institucional hasta llegar a una nueva Constitución de consenso en 1991; y de entonces a hoy, aun bajo los retos desestabilizadores del narcotráfico y las guerrillas, el desarrollo de un país más incluyente, con base en un Estado Social de Derecho y diferentes canales que han llevado al país a mejorar la calidad de vida; incorporar un número trascendental de habitantes a la clase media, con mejoras en la educación, el empleo y la capacidad de consumo, superando los tradicionales índices de pobreza; y a ser un conglomerado de renta media en los renglones mundiales.

Todo eso, precisamente, es lo que hoy ha puesto en jaque y en materia grave el coronavirus. De suyo, desde la Constituyente de 1991 hasta la actualidad el país había logrado, con las desmovilizaciones guerrilleras del M-19 a las Farc, concentrarse en escenarios más promisorios y superar el dilema saltuario y persistente entre guerra y paz. Ahora el reto es otro: que el país salga de la mejor manera posible de la actual pandemia, sustentado en las ideas creativas que siempre ha tenido para resolver los problemas y conservando ante todo su vocación de futuro.

Por lo pronto, se puede decir frente a otros países de América Latina, que las autoridades en sus diferentes niveles y el colectivo social en general han actuado, no de modo optimista o pesimista, sino con base en el realismo. Y eso justamente es lo que da motivos para el optimismo, como puede desprenderse de la edición especial que hoy se presenta en conjunto con los medios de comunicación afiliados a AMI y en la que, cada uno a su forma, da cuenta de la resiliencia colombiana.

De otra parte, creemos que, en toda crisis, por más profunda, hay también grandes oportunidades. En esa dirección, a nuestro juicio se hace necesario, más temprano que tarde, un Acuerdo Nacional por el Futuro a fin de encarar debidamente el bloque histórico que se ha inaugurado, así sea de la forma más paradójica. No sobraría, entonces, que desde ya se iniciara una fórmula de consenso a propósito de abocar, por ejemplo, un Plan de Desarrollo de varias vigencias, convocando de antemano a todas las fuerzas vivas de la nación. Desde luego hoy lo urgente es atender la crisis, pero no debe ello dejar de lado lo más importante que es no desfallecer jamás en la esperanza. /JGU