Catecismo del Padre Astete | El Nuevo Siglo
Miércoles, 15 de Mayo de 2019

La universidad El Bosque y el Instituto Colombiano del Sistema Nervioso, la semana pasada, en Bogotá, realizaron el XVII Simposio Internacional de Actualización en Psiquiatría, certamen que entre los varios temas que trató, se ocupó de uno que mucha trascendencia actualmente tiene en este país: la política de salud mental. Alternativamente se analizó la ocupación acerca de la verdad, por parte de los comisionados encargados de la investigación  en este campo, conforme  al Acuerdo de Paz: la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Obviamente, si se suman los dos temas y se conjugan científicamente, no cabe duda de que descubrir la verdad, realizando una terapia colectiva, ese destello necesariamente generará lo que en la técnica del psicoanálisis es fundamental para lograr sanar los traumas del paciente que a su conciencia lleva los motivos que inconscientemente le trastornan su voluntad: es la catarsis. Esta terapia, trabajada colectivamente, necesariamente conduciría a la solución de los desequilibrios populares que a la comunidad perturban estimulando el odio y no la solidaridad. Esta es una manifestación regresiva dirigida a reponer  el “instinto primario y natural  de agresión”.

Acudiendo a explicaciones elementales, sin que signifique desconocer los aportes de Freud, recordando la salud emocional que a la comunidad católica le proporcionaba el sacramento de la confesión, no es complicado deducir la ventaja que este ejercicio en su época patrocinó. 

Lamentablemente este rito religioso ya no se practica y las gentes no agotan los pasos que en el catecismo Astete se exigían para liberarse de los complejos y alcanzar la plena paz interior y tranquilidad. La ausencia de esta religiosidad, a causa de muchos motivos, inhibe a las gentes de la rectificación de sus errores emocionales y, naturalmente, incrementan sus desadaptaciones sociales conduciendo a las anomalía violentas, la neurosis de guerra, pandemia contaminada por la plutocracia. 

La confesión, de acuerdo con la doctrina de la religión católica predicada por el Padre Gaspar Astete, 1599, debe practicarse por lo menos una vez al año y se exige agotar el examen de conciencia, la contrición de corazón, el propósito de la enmienda, la confesión de boca y la satisfacción de obra y, por último, para obtener la absolución se debe pagar la penitencia.

Como esta formalidad ya no se practica, seguramente por perdida de la fe, lo propio, entonces, es promover la custodia de la salud mental,  incentivando  la consulta sicológica o sicoanalítica para que las gentes se liberen de los conflictos que los desequilibran. Pero, lamentablemente, en este país a la gente le da pena acudir a este auxilio y a la larga esta neurosis se convierte en un fenómeno colectivo.

Interesante seria que la iglesia se preocupara por recuperar esa antigua fórmula terapéutica, habilitando a sus curas para que entiendan el sentido científico de la confesión, un generoso auxilio individual que, indudablemente, tiene efectos comunitarios plenos y aporta el fortalecimiento de la salud mental y la paz social.