Crisis mundial tripartita | El Nuevo Siglo
Jueves, 19 de Mayo de 2022

* Inflación, pobreza y hambre

* De la pandemia a la guerra en Ucrania

 

 

La pandemia de covid-19, con sus graves impactos en la cadena de suministros y en el transporte globales, así como la invasión rusa a Ucrania, que elevó los precios del petróleo y sus derivados, generando escasez de granos y fertilizantes, tienen al mundo en una enorme crisis de inflación, pobreza y hambre.

Según la FAO, los precios de los alimentos han crecido 60% desde 2020. Por ejemplo, el valor de los aceites vegetales subió 240%, el de los cereales 70% y los productos lácteos se encarecieron 45%. Son apenas tres ejemplos que sustentan otra alerta dramática de la agencia de la ONU: el costo de algunos víveres superó todos los récords históricos.

El Informe Mundial sobre Crisis Alimentarias, recientemente publicado, señala que desde 2021 los niveles de hambre también sobrepasaron los máximos conocidos, a tal punto que hay 193 millones de personas, en 53 países, en situación de inseguridad alimentaria aguda.

Los efectos de esta crisis exacerban el día a día de la población mundial, sobre todo por cuenta de la inflación que, si bien afecta a todos, es claro que golpea más a los pobres y limita la capacidad de compra de los hogares. Ese fenómeno está ocasionando estragos graves en países de medianos y bajos ingresos como Colombia, así como en aquellos con monedas débiles y una alta dependencia de importación de alimentos.

La inflación crea desasosiego, pesimismo e inconformidad en los habitantes, al punto que hacer invisibles o poco valorados los logros y avances de los gobiernos. Un ejemplo es Estados Unidos, en donde los últimos sondeos muestran enorme descontento y desconfianza de la población ante el manejo de la economía, pese a que hace apenas dos años la tasa de desempleo era cuatro veces más alta que la actual y se registraba una recesión derivada de los confinamientos por la pandemia. En países con economías menos robustas el descontento se traduce ya en protestas sociales como las registradas en naciones tan diferentes y distantes como Perú, Sri Lanka o Túnez.

Aumentar las tasas de interés, reducir presupuestos o incrementar impuestos suelen ser las medidas clásicas para contener la escalada inflacionaria que, en definitiva, resulta de presiones de más demanda sobre una oferta limitada. Numerosas experiencias -como la recesión en Estados Unidos en medio del combate a la carestía en los años 80- señalan los riesgos que conllevan ese tipo de estrategias si no se aplican con acierto y prudencia. Además de lo anterior, inquieta que para encarar el encarecimiento de víveres y proteger la seguridad alimentaria varios gobiernos comienzan a restringir el comercio internacional, salida que lejos de mejorar, podría agravar la crisis.

Con base en antecedentes, como la crisis mundial por los precios de los alimentos de 2007 y 2008, entidades como el Banco Mundial ven la solución en las acciones de apoyo a la producción y los cultivadores, facilitar el aumento del comercio, más respaldo a los hogares vulnerables e invertir en seguridad alimentaria y nutricional sostenibles. Sin embargo, aunque el Programa Mundial de Alimentos estima en 18 mil millones de dólares el presupuesto necesario para atender las necesidades de los 193 millones de personas más necesitadas, según la FAO sólo se ha recaudado el 10% de los recursos.

De otro lado, es innegable que aumenta todos los días el coletazo económico global del ataque de Rusia a Ucrania, esto por el enorme peso en la producción de alimentos de esos dos países, que acumulan, por ejemplo, 29% de las exportaciones mundiales de trigo y 19% de las de maíz. Además, la potencia exsoviética es la mayor exportadora de fertilizantes.

En Colombia la inflación sigue en niveles preocupantes (se calcula que en mayo llegaría a 8,4% anualizada). El encarecimiento de los alimentos representa casi la mitad del aumento del costo de vida, en tanto que nuestro país importa la mayoría de sus fertilizantes de Rusia. A diferencia de otras naciones, la nuestra no ha procedido a subir el precio de los combustibles, pero ello se debe a la decisión del Gobierno de no trasladar el impacto de la carestía externa de hidrocarburos al consumidor local. Un alivio muy importante en medio de la coyuntura pero que tiene un costo: elevar el déficit del Fondo de Estabilización de Combustibles a 33 billones de pesos, un 3,3% del PIB, lo que significa una amenaza fiscal de gran tamaño a corto y mediano plazos.

Como se ve, todos los síntomas y retos de esta crisis mundial inflacionaria son palpables en el diario vivir colombiano. En pleno año electoral es claro que esta circunstancia tiene muchas e inesquivables implicaciones.