Rumbo al abismo climático… | El Nuevo Siglo
Miércoles, 18 de Mayo de 2022

* El imparable calentamiento global

* ¿Cómo salvar la “casa de todos”?

 

Si algo demostró la crisis pandémica de los dos años y medio últimos es que más allá de las diferencias políticas, económicas, sociales y de otra índole, hay amenazas globales de las que nadie puede escapar o blindarse por largo tiempo. El covid-19 cobró, según la estadística oficial, más de seis millones de víctimas mortales, aunque la cifra fatal podría llegar a los quince millones, pese al mayor esfuerzo sanitario y presupuestal de las últimas décadas. Aun así, millones de empleos se perdieron, gran cantidad de personas cayeron en la pobreza, la calidad de vida se deterioró sustancialmente y el Índice de Desarrollo Humano tuvo su mayor retroceso en este siglo… Al final, quedó demostrado que ningún país ni rango poblacional esquivó el impacto de la pandemia y que, ejemplo típico la vacunación extendida y equilibrada, nadie está salvo hasta que todos estén a salvo.

La otra gran amenaza global es el cambio climático pero, a diferencia de lo ocurrido con la crisis del covid-19, el planeta, al que acertadamente el papa Francisco denominó “la casa de todos”, bajo la tesis de que la humanidad comparte la misma suerte ante esta clase de peligros, parece estar perdiendo la batalla y poniendo en vilo su propia supervivencia.

Lamentablemente todos los informes respecto al calentamiento global coinciden: el fenómeno no desacelera y los acuerdos mundiales, así como las políticas nacionales para combatirlos son insuficientes. Por el contrario, ya se habría pasado el punto de no retorno en cambio climático y ahora el objetivo es contener los factores disparadores del mismo, así como amortiguar sus graves consecuencias.

Ayer, por ejemplo, se conocieron las más importantes conclusiones del Informe sobre el Estado del Clima Mundial 2021. El panorama es sombrío: las concentraciones de gases de efecto invernadero, el nivel del mar, la temperatura de los océanos y su acidificación volvieron a batir récords el año pasado. Al ser los cuatro indicadores básicos para medir la efectividad de la lucha contra el calentamiento global, la advertencia del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, no resulta exagerada: "la sombría confirmación del fracaso de la humanidad en detener el cambio climático".

Sin embargo, por más que se eleven las alertas en torno a cómo las actividades antropogénicas están desquiciando el equilibrio de la superficie terrestre, los océanos y la atmósfera, así como dañando a largo plazo los ecosistemas básicos, el plan de choque global es cada vez más difícil de instrumentar.

Como lo hemos reiterado en estas columnas, mientras los pactos trasnacionales como el Acuerdo de París no tengan un carácter obligatorio, vinculante y exigible, de poco servirán los esfuerzos nacionales para contener el avance del lesivo y demoledor cambio climático, cuyas nefastas consecuencias crecen día tras día. Para solo citar lo ocurrido el año pasado, el informe advierte que el deshielo de los glaciares aceleró, las inundaciones provocaron una gran cantidad de muertes y pérdidas multimillonarias, las sequías se multiplican en el mundo, el poder destructor de los huracanes aumentó, el agujero de ozono sobre la Antártida fue inusualmente grande y profundo, la migración asociada al agravamiento de las condiciones climáticas creció, en tanto que se extendió la hambruna y los efectos combinados de los conflictos, los fenómenos meteorológicos extremos y las crisis económicas, agravados por la pandemia, socavaron décadas de progreso hacia la mejora de la seguridad alimentaria. A ello debe sumarse el deterioro progresivo, incluso a niveles críticos, de la biodiversidad y los ecosistemas terrestres, de agua dulce, costeros y marinos…

Es una problemática sobre diagnosticada desde hace tiempo, pero las medidas de contingencia para enfrentarla todavía son débiles y parciales. Asuntos de orden económico y geopolítico continúan primando sobre esta urgencia. La crisis pandémica, lejos de agilizar la respuesta al cambio climático, la desaceleró e incluso ahora se utiliza como ‘justificante’ en muchos países para no comprometerse más a fondo con las metas del Acuerdo de París y otros tratados globales sobre transición a energías limpias y profundización del desarrollo sostenible.

No hay que llamarse a engaños: la “casa de todos” está cada vez en mayor peligro e igual ocurre con el futuro mismo de la humanidad. De hecho, el saldo fatal, social y económico del cambio climático crece año tras año. Aunque hay conciencia en todo el globo de la gravedad de esta amenaza, no por ello se actúa en consecuencia, con la suficiente decisión y voluntad. Una actitud que algunos no dudan en tachar de ‘conscientemente suicida’.