Las arenas movedizas chilenas | El Nuevo Siglo
Lunes, 17 de Mayo de 2021

* El resultado electoral de la constituyente

* Diferencias y similitudes con Colombia

 

 

Una de las primeras sorpresas de la votación en Chile para elección de los 155 integrantes de la asamblea nacional constituyente, llevada a cabo anteayer, fue la escasa participación en las urnas, puesto que el registro llegó apenas al 40% del censo electoral. Es decir, que no solo se redujo el nivel de participación frente a los rubros previos en los que se autorizó la convocatoria a la constituyente, sino que no sirvió de mayor cosa que el evento de selección de delegatarios se llevara a cabo al mismo tiempo de la escogencia de gobernadores y concejales municipales. Esto, finalmente, no permitió arrastrar una votación más alta que le diera mayor legitimidad al cambio de la Carta Política.

No es, desde luego, el mismo caso de la constituyente colombiana, ya que en las elecciones de hace 30 años para escoger los 70 miembros del cuerpo constitucional extraordinario, se decidió que, por la envergadura del cometido electoral, debía estar completamente exento de otros comicios paralelos. De tal modo, la elección de la constituyente en Colombia se hizo prácticamente a partir del exclusivo voto de opinión, además proveniente del gran caudal de jóvenes que la habían propuesto, y por fuera de las maquinarias electorales, lo que incluso permitió posteriormente acudir a la llamada revocatoria del Congreso.

De la misma manera, no es comparable el evento chileno de hoy con el colombiano de entonces por cuanto en el caso de nuestro país no se ordenó un referendo posterior a la modificación y derogatoria de la Carta de 1886 y se limitó el ejercicio constituyente a solo seis meses de discusiones. En Chile, en cambio, los 155 delegatarios tendrán hasta doce meses para debatir la nueva carta magna, cuyo texto debe someterse posteriormente a la aprobación del pueblo.

En todo caso, en Chile la composición del cuerpo constituyente después de las elecciones del domingo deja entrever el gran fraccionamiento social y las dificultades para llegar a una fórmula de consenso. En cuanto a Colombia, en cambio, lo que siempre prevaleció, pese a las fuerzas contrapuestas, fue la idea de llegar a un texto consensuado, como en efecto ocurrió, donde el eje central fue el de la coalición predominante entre el M-19 y el Movimiento de Salvación Nacional. La “operación avispa”, practicada por el partido Liberal, dispersó sus fuerzas que, no obstante, se alinderaron en temas centrales donde el consenso se hizo entonces más efectivo y práctico.

En Chile, la confrontación parece más abierta y menos tendiente a la concertación, pese a que en Colombia la lista más votada fue la de la guerrilla recién desmovilizada, que hizo alianza con las fuerzas conservadoras, encabezadas por Álvaro Gómez Hurtado, lo que permitió al gobierno del presidente César Gaviria, y a su ministro del Interior, Humberto de la Calle, llevar a buen puerto la emisión de una nueva Constitución en solo seis meses.

No quiere decir, ciertamente, que en el caso colombiano no se hubieran presentado discrepancias entre las fuerzas constituyentes y el Gobierno, ya que las Cortes liberaron el temario de las estrecheces iniciales y aceptaron la tesis de Gómez Hurtado de, por su condición de magna expresión del constituyente primario, ser un cuerpo omnipotente, omnipresente y omnímodo. Eso llevó a que en un momento dado el cuerpo colegiado pudiera establecer los actos constituyentes de vigencia inmediata. Es decir que, en cierta medida, tenían prevalencia sobre el Ejecutivo.

Aun así, la constituyente siempre se mantuvo dentro de los límites más o menos establecidos y nunca se salió del cauce señalado por las varias resoluciones de la Corte Suprema de Justicia. No se sabe, en cambio, si la convención constituyente chilena vaya a recurrir a este tipo de actos omnipotentes, omnipresentes y omnímodos, mucho más frente a un gobierno frágil como el de Sebastián Piñera, a diferencia del sólido que mantuvo César Gaviria en su primer año de mandato.

La situación chilena resulta, pues, en un hervidero político, tanto porque no hay unas mayorías dirigentes, ni una coalición preponderante a la vista, como porque las listas gubernamentales, que representan a la derecha y la centroderecha, apenas llegaron al 22%, cuando se esperaba al menos un 30% de la composición. La gran mayoría está representada en fuerzas independientes que no responden ni al ala conservadora ni a la izquierdista tradicional, como tampoco a los fenómenos asociados con las protestas de 2019 y que, en todo caso, lograron un número de curules considerable. Esto, además, bajo la sombra de las próximas elecciones presidenciales que deberán llevarse a cabo en seis meses.

La virtud de la constituyente colombiana es que, pese al cúmulo de fuerzas encontradas, se logró sacar adelante una nueva constitución que, a partir del consenso y a no dudarlo, cambió cardinalmente al país, al instaurar un Estado Social de Derecho, con todas sus derivaciones y componentes. El reto de Chile es el mismo. Ojalá puedan hacerlo, aunque nos tememos que el espectro político constitucional no se ve tan fácil como habían augurado los analistas y dirigentes.