Música por todo lo alto en el Teatro Mayor de Bogotá | El Nuevo Siglo
Foto Anush Abrar – Cortesía del artista
Lunes, 16 de Mayo de 2022
Emilio Sanmiguel

No son lo mismo todas las noches en los teatros. El mismo escenario que sirve de marco para un fiasco mañana enmarca lo sublime.

En el Teatro Mayor, la noche del 30 de abril, a pesar de los aplausos, el polaco Piotr Beczala cantó impecablemente, pero el suyo fue un recital corriente con un programa bastante mediocre y superficial. En cambio, el pasado sábado 14 de mayo, los franceses Gautier Capuçon y Jean-Ives Thibaudet, allí mismo, hicieron de la música una experiencia sublime.

Ocurre con las grandes estrellas que visitan Bogotá de unos años para acá. Los cantantes, salvo los Liederistas, vienen a lucir la voz, despachan con un sartal de arias, una tras otra y artísticamente no pasa nada. Desde luego con excepciones, porque en el cielo raso del viejo Teatro Colón aún resuenan las voces de Eva Marton y Olga Borodina. Con los instrumentistas es mejor, porque casi in excepción cuidan sus programas, como si de un as bajo la manga se tratara, enfrentan, por lo menos una obra de auténtico calibre y muy raras veces desencantan.

Para que todo se conjugue se necesita un artista de primera categoría -no necesariamente un famoso- un programa inteligente y que esté resuelto a respetar al compositor, al teatro, al auditorio y a su arte.

El violonchelista francés Gautier Capuçon y su compatriota, el pianista Jean-Ives Thibaudet protagonizaron esa suerte de milagro el sábado; su recital no generó los griteríos de Beczala, pero el suyo fue de auténtica estatura.

Empezando por el programa, compuesto por obras atractivas e importantes que encerraba una propuesta seria, audaz y original.

El teatro, con el lleno casi hasta la bandera, los recibió con el aplauso que encerró un mensaje: si, Monsieur Thibaudet, estamos al tanto de que usted es uno de los grandes pianistas de nuestro tiempo, que su repertorio es inverosímilmente amplio y que en lo francés es un estilista; Monsieur Capuçon, de usted sabemos que está en la constelación de los primeros del mundo, que sus actuaciones al lado de su hermano Renaud, el violinista, y la pianista Martha Argerich son legendarias; de ambos sabemos que están a sus anchas como solistas, en el repertorio de concierto y en la música de cámara.

Así, pues, abrieron con las Piezas de fantasía op. 73 de Robert Schumann, primera prueba de fuego porque, con inusual audacia se escudaron en el juego de La menor - La mayor - La menor, de las 3 piezas, para hacer de ellas un todo, escondiendo sus suturas, pero, con tal riqueza en los matices y la expresión, que parecían estar develando el misterioso mundo interior del compositor. Al final, siguieron la sugerencia del compositor, schneller und schneller (más y más rápido) pero, sin desbocarse ni hacer del episodio un acto de vacío virtuosismo. Ahora bien, la interpretación de Capuçon de su parte, originalmente para clarinete, luego permitida para el chelo dejó flotando en el aire el recuerdo de que Schumann estudió el instrumento y, que clarinete y chelo, rivalizan en ese ideal de aproximarse a la voz humana.



Siguiente selección otro desafío, hasta una provocación, Sonata para violonchelo y piano en Mi menor, op. 38 de Johannes Brahms, porque sobre el papel pautado, considera el establecimiento, es una partitura imposible de resolver satisfactoriamente por asuntos de equilibrio por indefensión del violonchelo ante el piano y, más aún, ante los potentes pianos contemporáneos. No necesitó Thibaudet controlar el gigantesco Steinway de la sala, ni cerrar la tapa de la cola para que la sonata se revelara en el esplendor de su increíble belleza y profundidad; es de hecho la primera sonata importante en su género desde las últimas de Beethoven. Lo lograron. Porque Capuçon posee el sonido cálido, efusivo y vibrante, extraordinariamente pleno en lo más grave del registro del instrumento e incisivo en los agudos.

Hubo momentos indescriptibles en el Allegretto quasi minuetto cuando en medio de la severidad del tema que enmarca el II movimiento, se permitieron la sutil licencia de sugerir algo juguetón que enlazó bien con el lirismo del trío. El gran momento estaba por llegar en el complejísimo final, Allegro, più presto, que demandó la más alta concentración -mezcla de fuga y forma-sonata- combinada con innegociable expresividad. Inteligentemente Thibaudet enfrentó el inicio sin la mínima intención de disimular que la inspiración proviene del Arte de la fuga, contrapunctus 3; Capuçon, por su lado, se lanzó al desafío con no menor decisión y fueron resolviendo todos los problemas que plantea el movimento pero, aquí el milagro, con pasmosa naturalidad y sin pedanterías académicas, porque evidentemente resolvieron un problema, musical, pero también estilístico. A su aire, como quiere Brahms, homenajearon a Bach de nuevo en el final, en esa suerte de cita del Contrapunctus 13 del testamento del padre eterno de la música.

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No hubo intermedio.

Buena solución para no perder el hilo de los acontecimientos, porque siguieron con la Sonata de Claude Debussy, nuevo reto donde exhibieron sus credenciales francesas en una partitura que sortearon con habilidad los contenidos audaces en el marco de la forma, con momentos irrepetibles como el fluido diálogo de los Staccati del II movimiento Sérénade o la sutileza de los armónicos en el violonchelo y la ligereza del finale, Animé, léger et nerveux.

El final fue de otro talante. Porque en los tiempos que corren cerraron con la Sonata de Dimitri Shostakovich, que se proyecta al público dependiendo de quién la haga. Capuçon y Thibaudet prefirieron tocarla desafiante, sin ocultar su indudable belleza melódica y resaltando sus audacias, formalistas, habrían dicho los secuaces del camarada Stalin, encargados de hacer de la vida del compositor un infierno. Resuelta formidablemente bien, apasionada, profunda, con instantes de esos que la memoria quiere retener, como la manera de resolver los glissandi, las crines del arco de Capuçon volando por los aires, el dramatismo como acometió el chelista el III movimiento y ese espíritu desafiante, que en tiempos del camarada Putin no parecieron gratuitos.

Ya fuera de la formalidad del programa, el encore, penúltimo movimiento del Carnaval de los animales de Saint-Saëns, El cisne. Desde luego formidable y buena despedida para una noche de esas que, sólo raramente ocurren. Al menos en nuestro medio.