La radiografía político-social | El Nuevo Siglo
Sábado, 14 de Mayo de 2022

Siguiendo con los comentarios sobre la política, la revolución en general y recordando algunas de las reflexiones del Libertador Simón Bolívar, que como profecías bíblicas después de dos siglos se repiten en nuestro tiempo, percibimos que su desconfianza sobre el voto popular y las decisiones de los ciudadanos en democracia dependen, en gran parte, de lo que denuncia como incultura política, el engaño de los demagogos a las masas y la inmadurez ciudadana. Por supuesto, debemos reconocer, como sostienen filósofos, historiadores y políticos, que los conflictos sociales se repiten en los momentos decisivos de las grandes crisis. Por ejemplo, el hambre ha sido en casi todas las revoluciones un carburante de la explosión social, junto con el desempleo, la corrupción, la envidia, el resentimiento y la diversidad de las contradicciones sociales explotadas por demagogos y políticos contrarios al sistema. 

En Francia, durante los episodios preliminares de la revolución, convoca Luis XVI al tercer estado en un intento por fortalecer la corona. El ensayo funciona mientras la prodigiosa habilidad política y la elocuente oratoria del conde de Mirabeau domina la asamblea. En tanto, qué al desaparecer el polémico político, le suceden agitadores menores que consiguen atizar el incendio revolucionario y se llevan por delante al rey, María Antonieta y numerosos nobles y agentes oficiales. Algunos energúmenos de la revolución son mediocres y resentidos, como Robespierre, otros se destacan por su extremismo o por la capacidad de mover a las masas, como Danton, que irrumpe con su verbo en el escenario de las calles de París y su rabia y odios contra el antiguo régimen, estremecerán al mundo.

Al mismo tiempo que a contrapelo de la revolución, brota casi del anonimato y la oscuridad Napoleón, que pone su genio y espada al servicio de Francia, quien con sus arengas y victorias militares se vuelve un héroe famoso, que termina por apoderarse del poder y mediante un golpe de Estado darle un vuelco a la revolución, hasta convertirse en Emperador. Algo impensable en su tiempo. 

En las distintas ciudades de Colombia, aupados por agitadores fomentan el caos, los incendios, por cualquier incidente se produce el asalto de las turbas contra los edificios públicos, los monumentos, viviendas o comercios, el trasporte y la policía o el ejército, episodios que se corresponden a procesos revolucionarios de diverso calibre. Esas mujeres que vimos celebrando su día armadas de tubos en Bogotá, destruyendo los paraderos de Transmilenio y golpeando a los transeúntes, muestran la pasión con la que abominan el medio social. Lo que indica cómo se cumple una de las tantas sentencias de Bolívar: “Unido el Pueblo Americano, el triple yugo de la ignorancia, de la tirana y del vicio, no hemos podido adquirir, ni saber, ni poder, ni virtud”. “Las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado son los más destructores”.

En el caso nuestro, las masas e individuos de la actualidad -jóvenes y viejos. se han formado conociendo del tumulto de la revolución en Cuba, como en otros países de América, así como entre nosotros sufrimos durante gran parte del siglo XX y en la actualidad, con la violencia subversiva en el cuerpo social, tanto en las ciudades como en los campos. Es la triste realidad colombiana, donde lo excepcional es el orden, lo novedoso es el orden, lo contrarrevolucionario es el orden.  Frente al caos que nos rodea, en el cual las autoridades son desafiadas a diario, con militares heridos o secuestrados en sus cuarteles y en las selvas, lo decisivo es rescatar la libertad, la democracia, la justicia y el orden. 

Desde luego, cuando se incorporan a la Constitución normas disolventes y los jueces entran a legislar y hasta facilitan el aborto contra criaturas indefensas, lo mismo que crecen la corrupción, la injusticia y la descomposición social, junto con la impunidad, la sociedad se desquicia y el sistema cruje en sus cimientos. En el caso colombiano el dilema hoy es más grave, por cuanto desde cuando el estadista conservador Álvaro Gómez, vilmente asesinado, al explicar la paradoja al periodista Julio Nieto Bernal, de que no tenía dinero para comprar votos, ni ser concejal de Chía, para mostrar la podredumbre política  latente, hoy vemos que se han dado diversos cambios de gobierno, a los cuales el Régimen, sin importar su color político, se acomoda amparado en su clandestinidad camaleónica nacional, regional y el medio citadino oficial. En cuanto las fuerzas políticas dispersas del orden no dan la pelea por limpiar, ni desinfectar los establos del Régimen en democracia, todos nuestros males se agravan y Colombia se asoma al abismo de la revolución. 

 

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