Las leyes no nos dan la libertad (III) | El Nuevo Siglo
Viernes, 30 de Abril de 2021

 Evidentemente la filosofía, hoy, no es útil para nada. No es para buscar la verdad de la realidad, la libertad en la verdad, el amor que libera en la verdad. No es para pensar en las ideas del momento. Hoy la filosofía es, para muchos, pérdida de tiempo, es la opinión de desadaptados que sobran en la vida real. La filosofía, hoy, es la forma de eliminar la libertad de la humanidad. En esta etapa de la historia no se ven las consecuencias, catastróficas, de este vacío mundial.

 Nos olvidamos de que el objeto del conocimiento humano es el bien, encontrando en los elementos universales, originados en lo conocido –inicialmente material– en razón que la persona humana recibe del exterior la realidad objetiva, y de esta, con esta, integra a la inteligencia lo conocido como fuente de su totalidad: la idea.  

 Así, la operación propia del intelecto (nube) consiste en separar, disociar, estos elementos, a fin de suministrar al intelecto inteligible lo universal, que se encuentra implicado (escondido) en lo sensible: esto es individualizar lo observado, incorporando, del exterior la idea: como obra del intelecto humano y, así, la razón ejerce su función propiamente discursiva que lleva a la inteligencia al paso espiritual del juicio: profundizar, deducir, concluir. Esto nos lleva al raciocinio: creatividad, imaginación, concluir, responder, buscando la verdad, la libertad, el bien.

En vía de ejemplo de la importancia de la filosofía hay un grito de amor verdadero de Juan Pablo II sobre la justicia social que sustenta lo dicho: De la conciencia deriva la opción preferencial por los pobres, la cual nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros. Se trata, en efecto, de una opción que no vale solamente para la pobreza material, pues es sabido que, especialmente en la sociedad moderna, se hallan formas de pobreza, no solo económica, sino también cultural y religiosa. El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y pertenece a su constate tradición, la impulsa a dirigir al mundo, en el cual no obstante el progreso técnico y económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas. En los países occidentales existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los ancianos y enfermos y de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y emigrados; en los países en vía de desarrollo se perfila el horizonte crisis dramática si no se toman a tiempo medidas coordinadas internacionalmente.

Hoy hay un sesgo no menos grave, debido a la negación de los derechos fundamentales de las personas y a la absorción de la política de esta, en virtud religiosa que habita en el corazón de todo ser humano, es el riesgo de alianza entre democracia y relativismo ético que quita a la conciencia civil cualquier punto seguro de herencia moral despojándola más rápidamente del conocimiento de la verdad. Si no existe una verdad última, entonces las ideas políticas y las condiciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Y, una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo invisible o encubierto como lo demuestra la historia.

Fuente: Juan Pablo II