Después de la Grande Semana | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Abril de 2020

Después de la siembra viene la cosecha, y es así como después de una responsable y alegre siembra espiritual en la Grande Semana tiene que venir copiosa cosecha de gracias para un vivir en alegría y esperanza. Se ha enseñado, claramente, que la Semana Santa no termina con un triunfo pasajero de Jesús sobre la muerte, ni con el llanto de la Madre Dolorosa, sino que continua en la desbordante alegría de la Resurrección e invitación a nueva vida libre de pecado. Invitó el Resucitado a los suyos a “ir a Galilea” (Mt. 28,7), a gozar de su triunfo de la muerte, a recibir sus últimos mensajes antes de subir a la gloria del Padre, y a sus seguidores a través de los siglos a nuevo paraje existencial.

Si hemos atendido con sencilla fe el llamado a vivir debidamente la Grande Semana, atentos a repasar lo vivido y padecido por el divino Salvador, escuchado sus palabras, y lo hemos acompañado, también, en su salida triunfante del sepulcro, estamos llamados a vivir la alegría indecible de nuestra propia resurrección espiritual. Para que ese gozo permanezca es preciso oír a S. Pablo cuando dice: “si habéis resucitado con Cristo buscad las cosas de arriba” (Cor. III, 1), o sea vida nueva superior a la meramente terrena. Cuando se asume sin titubeos la fe de Cristo, muerto y resucitado, ya no habrá más muerte en el pecado, sino vida plena y alegría perenne.

El sacerdote español José Luis Martín Descalzo nos dejó un libro titulado “Siempre es Viernes Santo, porque siempre habrá traiciones y negaciones de Jesús, siempre pecados y desprecio de su gracia, pero, también proclamaciones de palabra y de obra de su divinidad, y fidelidades hasta el sacrificio como las de Juan y María. Es a esos comportamientos positivos a los que hemos de apuntarnos, y extender la afirmación a: “siempre es Semana Santa”, y que ella no termina el Viernes Santos sino que prosigue al triunfo del sepulcro, en una nueva vida en Cristo. 

Aterrizando el diario vivir, el cristiano se abre a un alegre y confortante compromiso para después de una Grande Semana bien vivida, con exigencia de un comportamiento nuevo, en un alegre y digno vivir del Evangelio. Hemos de atender seriamente las correcciones que hemos visto necesarias al prepararnos para la Gran Semana. Que quede atrás toda clase de vicios, comilonas, y chabacanerías como dice S. Pablo (Ef. 4,31), y nada de medias tintas, como pide el Papa Francisco, sino vivencia alegre y testimonial de lo exigido por el propio Jesús, superior al de escribas y fariseos (Mt.5, 20), y con un entusiasta “callejear el Evangelio”.

Un buen agricultor no se contenta con una buena cosecha, ni se entrega al vicio o a un ocio holgazán, criticado por Jesús en el Evangelio (Lc. 12,16-21), sino a ver qué mejores actividades despliega y qué mayor bien puede hacer para los suyos y la humanidad. Es que “la medida del amor es el amar sin medida”, dijo S. Agustín, e imitando al Hacedor divino, seguir creando sin cesar por medio de nosotros a quienes nos ha encomendado llevar adelante su creación (Gen. 1,27-29). En el campo espiritual hay un programa de interminable empeño en el personal avance: “ser perfecto como mi Padre Celestial” (Mt. 5,48).                

 

Obispo Emérito de Garzón

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