Síndrome de Estocolmo colectivo | El Nuevo Siglo
Martes, 16 de Abril de 2019

En 1974 Patricia Hearst, nieta del magnate estadounidense William Hearst, fue secuestrada por el Ejercito Simbionés de Liberación. A los dos meses de haber sido liberada se unió a sus captores y les ayudó a robar un banco. Un año antes, después de un atraco al Banco de Crédito de Estocolmo, una de las rehenes manifestó sentirse atraída y protegida por uno de sus captores, finalmente terminaron casados. Desde entonces, se conoce como “Síndrome de Estocolmo” al mecanismo de defensa psicológica, a través del cual, la víctima de un secuestro o una agresión genera vínculos afectivos con su agresor e incluso se identifica con sus ideas y justifica su actuar. Es una reacción inconsciente para reducir los riesgos de violencia cuando se esta sometido a una situación de dominación.

Tal vez eso le pasa a muchos en Colombia, nuestra historia reciente esta llena de ejemplos. Unos pocos criminales ponen bombas, secuestran, matan, trafican y después, con la excusa de la paz, reclaman impunidad, beneficios económicos y políticos. Lo más grave es que, también con la excusa de la paz, un importante número de ciudadanos, valida su actuar, justifica sus métodos y reivindica sus causas. Haciendo parecer no solo normal, sino hasta loable, lo que en realidad es delincuencia.

El legítimo temor a la violencia nos puede llevar a reaccionar de dos maneras, en contra de los violentos o a su favor. Algunos creen que, dándole beneficios a los criminales, éstos dejaran de delinquir, otros creemos que, al darles beneficios, se incentiva al delincuente. La debilidad de nuestro Estado, la incapacidad política o material, de imponer autoridad y la perdida de la voluntad de lucha, por miedo a la violencia, nos ha llevado por el camino equivocado de pactar con criminales.

Pero el problema, no solo es darle beneficios a los violentos, el problema es que algunos los quieren poner a gobernar. Ahí están los “ex terroristas”, aunque sus muertos sigan muertos, de congresistas, candidatos presidenciales y ex alcaldes. Con el aplauso de muchos, como si no fuera suficiente el sacrificio de tener que soportarlos en libertad, los quieren ver dirigiendo la sociedad en la que vivimos.

Ex criminales, a quienes, por supuesto les agradecemos haber dejado de delinquir, no son personas ejemplares como para merecer gobernarnos. Ejemplo es el que nunca ha matado, el que nunca ha robado, el que nunca ha violado, el que nunca se ha sentido con el derecho de quitarle la vida, sus propiedades o su libertad a otra persona. Parecemos con “Síndrome de Estocolmo” colectivo, ahora queremos darle las riendas de la sociedad a nuestros victimarios. Una cosa es no meterlos presos, otra muy distinta, ponerlos a gobernar.

@SamuelHoyosM