El último ataúd | El Nuevo Siglo
Viernes, 19 de Abril de 2019

Colombia avanza rápidamente hacia una deforestación que puede acabar de tajo con la extraordinaria riqueza con la que nos dotó la naturaleza y que nos ha convertido en un lugar súper apetecido por los buenos y por los malos.

El Ministerio del Medio Ambiente ha accionado de nuevo con la alarma que, desde hace varios años fue activada por los diferentes gobiernos y entidades nacionales, y por numerosas organizaciones locales y mundiales, que se encargan de cuidar los recursos de los que dependen las actuales y futuras generaciones de colombianos y habitantes del mundo.

Las hojas caen y, tras ellas las ramas y los troncos de los árboles que nos mantienen aún el lugar sobresaliente en materia de biodiversidad. Aparecen a diario enfermedades que se convierten en epidemias, por la contaminación, producto de la deforestación y acelerada aparición de fuentes de polución y envenenamiento del medio ambiente.

Los dos fenómenos marchan al unísono y multiplican los peligros para una población, que goza y se lucra con el estado actual de las cosas que nos agobian y nos llevan al deterioro de la vida que merece el ser humano.

A nadie le duele, a muy pocos les preocupa que se tale un árbol, se incinere o se utilice sin necesidad. La industria los aprovecha, pero no los repone. Las selvas cada vez son más precarias. Las fotos satelitales y aéreas, muestran como le llega la calvicie a esa gran riqueza que podría calmar la sed a este globo.

Contrasta la acción de esos industriales con espíritu ecológico que invierten ingentes cantidades de dinero para producir guardando el saneamiento ambiental, con aquellos que solo quieren engrosar sus arcas, sin importarles el planeta. Vemos cómo la industria automotriz avanza en tecnología para minimizar los gases nocivos. Pero hay otra que aprovecha a los venales para vender y salir de las existencias de vehículos descontinuados, por ser altamente contaminadores, pero que gracias a ellos, pasean sus chimeneas a lo largo y ancho de las ciudades. Bogotá, una de ellas, muestra una alta contaminación que enferma a su población, especialmente a la infantil, con serias alteraciones pulmonares crónicas.

Y nada hay que hacer, porque a nadie le duele lo que está pasando, mientras esta tala incontrolada del bosque continúe.

Esta Semana Santa podría revivir la costumbre que existía para motivar a los estudiantes para que siembren árboles y volvamos a repoblar selvas, campos y ciudades de vida sana, limpia y prometedora.

En Colombia no hay cultura para ello. Los narcos tumban selva para su coca, los ganaderos sin rubor incendian grandes extensiones para hacer potreros y así cada quien aprovecha la falta de cultura y la ausencia de gobierno. Y en Bogotá, si Peñalosa ve un árbol se inventa un parque pavimentado.

Necesitamos con urgencia entrar por la ruta ecológica, antes de que sea tarde; antes de que hasta los tanques de oxígeno escaseen y solo queden unos pocos ataúdes de madera, para sepultar a los últimos que aún habiten en las ruinas que queden en este planeta.

BLANCO: Vale la pena pensar en controlar el oro. Otro contaminador en todos los órdenes.  

NEGRO: El fallecimiento del expresidente Alan García. Y Odebrecht ahí.