Costa Rica, ¡Pura vida! | El Nuevo Siglo
Miércoles, 24 de Abril de 2019

Costa Rica, su nombre evoca un lugar bello y con razón, pues esta es una nación excepcionalmente rica en belleza natural: bosques húmedos y bosques secos, con variadísima fauna y flora, montañas cubiertas de bruma, imponentes volcanes, abundantes ríos, inclusive algunos de aguas termales provenientes de sus volcanes y muchísimas cascadas que decoran su topografía.

Costa Rica posee playas de todo estilo en el Atlántico y en el Pacifico, algunas con arenas blancas, doradas o rosadas y otras cuyas arenas son casi negras, de origen volcánico.

La descripción de la belleza de este país tomaría cientos de páginas, igual sucede con la alegría de sus gentes, cuya expresión preferida, aquella con la que saludan o simplemente expresan satisfacción, es “pura vida”.

Ya, desde hace décadas, Costa Rica tomó conciencia de la riqueza que significan sus bosques, su topografía y su excepcional biodiversidad, protegiéndolos y aprovechándolos, responsablemente. Hoy es uno de los países con mayor número de parques nacionales, amados y respetados.

El 25 de septiembre de 1502, en su cuarto viaje, Cristóbal Colon llegó a la tierra de Cariay, como consta en sus cartas a los Reyes Católicos, y se maravilló ante las decoraciones de oro que portaban sus indios, concluyendo que esta era una costa muy rica. De ahí, se piensa, procede el nombre Costa Rica con que se designó el territorio, por primera vez, en una cédula real fechada el 17 de diciembre de 1539, por el rey español Carlos V.

Hoy la República de Costa Rica aloja, en sus 51. 100 km², (de menos tamaño que Antioquia, 63,612 km² ), 5 millones habitantes y puede ufanarse de ser una de las más sólidas democracias del mundo.  

Concentramos nuestra reciente visita en tres regiones especialmente bellas de la provincia de Guanacaste, que toma el nombre del árbol nacional. Primero, las montañas Tilarán, ricas en ganadería y bosques húmedos abundantes en ranitas, sapos, culebras, arañas y aves, entre ellas el esquivo quetzal.

Luego recorrimos los cantones que rodea el Volcán Arenal y el lago de su mismo nombre. En Arenal el desarrollo turístico es impresionante, la hotelería, excelente y accesible a todos los presupuestos. El pequeño pueblo, La Fortuna, tiene todo lo que uno puede necesitar, restaurantes, mercados, farmacias y tiendas para todos los gustos. Hay toda clase de paseos para escalar el volcán, cuyo cono perfecto embellece la región; caminatas a caídas de agua a nadar en sus pozos, y a bosques a observar osos perezosos, pisones, quizá, un ocelote, gigantes mariposas azules y venenosas ranitas rojas de “pantalones azules”. Lo mejor, las fuentes termales, en especial el rio termal que baja en Tabacón, entre magníficos jardines.

A continuación, visitamos las playas del Pacífico, cercanas a la ciudad de Liberia, entre ellas, Coco, Potrero, Flamingo y Tamarindo. Aquí se hace toda clase de deportes marinos, inclusive buceo con manta rayas.

A dos horas está el Parque Nacional Palo Verde donde, navegando el río Tempisque, observamos gran variedad de aves, como las garzas tigre, monos aulladores y los inquisitivos capuchinos, que saltaron juguetones a nuestro barco, iguanas de casi dos metros de largo y muchos cocodrilos, entre ellos, uno de unos cuatro metros que devoraba a uno más pequeño.

Me he quedado corta de espacio. Costa Rica es indescriptiblemente “rica”, bien vale la pena visitarla.